El documental de Rocío Carrasco se ha convertido en el más sonado de toda la televisión en lo que va de 2021 y esto no ha sido así solo por haber hablado por primera vez públicamente sobre su relación con Antonio David Flores, sino también por la gran importancia y el gran protagonismo que le ha otorgado a conceptos sobre la violencia de género que hasta ahora no formaban parte habitual del análisis entre la población.
De esta forma, el reportaje de la hija de Rocío Jurado ha dejado diez valiosas lecciones sobre este asunto para no caer en prejuicios que puedan revictimizar a las mujeres que sufren maltrato.
Violencia de género y violencia doméstica
La violencia de género ya era algo conocido, pero el documental de Rocío Carrasco ha supuesto que este tema tome más fuerza que nunca en España.
Este tipo de maltrato se denomina así porque es el constructo social y cultural que oprime a las mujeres y que refleja la relación de desigualdad que ha habido históricamente entre varones y féminas.
Es muy común confundir la violencia de género con la violencia doméstica, pero no son lo mismo. La primera no exige convivencia, mientras que la segunda se produce en el hogar.
Así, Rocío Carrasco ha dejado como primera gran lección la importancia de denunciar todo tipo de maltrato y no mantenerse en silencio como ha hecho ella durante más de 20 años.
La imagen de la víctima y el agresor
El machismo ha creado unos prejuicios que impide que muchas mujeres no se reconozcan como maltratadas y sean capaces de denunciar la violencia que sufran.
Sin embargo, tanto agresor como víctima pueden ser cualquier nivel educativo y socioeconómico, y la violencia de género no tiene por qué ser siempre física.
La imagen pública de los maltratadores suele ser intachable, ellos se esfuerzan para que así sea, y la de ellas suele ser débil, pero como ha quedado demostrado con el caso de Rocío Carrasco y Antonio David Flores la realidad que hay detrás es una completamente distinta.
La realidad de los mandatos de género
En este sentido también es importante destacar lo que se conoce como mandatos de género, es decir, aquello que se espera que haga un «buen hombre» o una «buena mujer» simplemente por ser varón o fémina.
Un ejemplo es la popular creencia de que los hombres representan la fuerza o la racionalidad y que las mujeres la debilidad o la emoción, pero la realidad es que esto lo único que produce es un retraso en el desarrollo personal, en la autonomía y en la autoestima, así como también hacen incrementar los episodios de violencia de género marcada por esa desigualdad.
La importancia de la violencia psicológica
A pesar de que durante mucho tiempo se ha considerado que la violencia de género solo se aplicaba cuando se daba una agresión física, lo cierto es que no es así.
La violencia psicológica también es otra forma de maltrato, a veces incluso peor que la mencionada anteriormente, porque la mujer pierde su fortaleza y la capacidad de decisión. Y en muchas ocasiones es la precedente a la física. Algo que también ha quedado demostrado en el reportaje de la hija de Rocío Jurado.
Luz de gas
El documental de Rocío Carrasco también ha vuelto a traer a colación lo que se conoce como luz de gas, una forma de maltrato psicológico muy perversa y sutil porque pone en tela de juicio las palabras de la víctima y la hace dudar de su propia realidad.
Se trata de una forma de maltrato que genera tal grado de confusión en la mujer que al final consigue anular su autoestima y hace que se sienta completamente cansada y sin capacidad de reacción.
Disonancia cognitiva
Todos nos hacemos una idea y unas expectativas sobre algunos asuntos o personas, y en el caso de una pareja también es así. Esperan comprensión y afecto, pero cuando la respuesta que se obtiene es diferente a la esperada, el cerebro se queda unos segundos conmocionado y ese malestar genera una contradicción que, en muchas ocasiones, hace que la víctima se autoengañe para reducir esa sensación.
Las tres fases de la violencia de género
La violencia de género se produce en un ciclo que se repite constantemente y que está formado por tres fases. La primera se conoce como acumulación de tensión y en ella el agresor muestra su enfado y utiliza cualquier excusa para humillar a la mujer o para menospreciarla.
La segunda recibe el nombre de explosión y es aquí donde el maltratador descarga toda la violencia de forma directa contra la víctima.
La tercera y última fase se conoce como «luna de miel» o reconciliación. En esta etapa el agresor se vuelve a ganar la confianza de la mujer. Le suele pedir perdón y le promete que no volverá a suceder el episodio anterior, de tal forma que ella le concede una nueva oportunidad con la esperanza de un cambio de actitud que nunca llega.
Actitud pasiva
La víctima desarrolla una actitud de indefensión aprendida cada vez que intenta defenderse de un ataque sin éxito. La mujer no evita ni soluciona el maltrato hasta que desarrolla una respuesta pasiva para que esa desagradable situación pase lo antes posible.
Violencia institucional
Muchas mujeres que han sido víctimas de violencia de género también lo son de la violencia institucional. Aunque gracias a Rocío Carrasco el número de denuncias por maltrato machista ha incrementado notablemente, son muchas las que no han encontrado ayuda ni reparación en el sistema que dice ampararles.
Violencia vicaria y Síndrome de Alienación Parental
En muchas ocasiones las mujeres no son las únicas víctimas de la violencia de género. Los hijos también suelen salir muy perjudicados de este tipo de situaciones y en muchos casos el Síndrome de Alienación Parental (SAP) es utilizado para separar a las madres de sus pequeños y esto hace que los menores desarrollen traumas y rompan para siempre con los vínculos emocionales.
También se puede dar el caso de violencia vicario, es decir, cuando los hijos son manipulados por el agresor para ponerles en contra de la figura materna y perpetuar el maltrato.