Frente al madrileño parque del Tío Pío, en el barrio de Vallecas, se encuentra un enjambre de casas de protección oficial. Es la Colonia Fontarrón, el último reducto obrero en el que vivió Pablo Iglesias antes de dejar la agitación de las calles por la política institucional, antes de emigrar de la Vallecas rebelde al acomodado Galapagar.
Un viaje que los suyos, los vecinos del barrio de toda la vida, no le han perdonado. Y ahora que el líder de Unidas Podemos quiere bajar del trono del ministerio para volver al barro de la política madrileña, en Vallecas no quieren ni verlo.
El ascenso social y económico de Iglesias contrasta con en la lucha por la supervivencia en Vallecas, uno de los barrios trabajadores de Madrid golpeados por las dos últimas crisis económicas y la pandemia. El orgullo de sus vecinos es indomable, y no olvidan la decisión de Iglesias: «Si te vas, no eres del barrio».
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Hasta 2018, Pablo Iglesias vivía en un modesto piso en una casa de ladrillos en la vallecana Colonia Fontarrón. Un habitáculo de 60 metros cuadrados propiedad de su madre, María Luisa, y valorado en 83.000 euros como parte de la herencia que le dejó su tía abuela. A él le gustaba mostrar con orgullo su modestia.
Eran los inicios de Podemos, un partido nacido contra la «casta» que conquistó a millones de españoles golpeados con la crisis. Unos españoles a los que Iglesias les recordaba día sí, día también, que había que desconfiar de los políticos que vivían en chalets. Pero el partido entró en el parlamento, creció, y en 2018, Pablo Iglesias y su pareja, la número dos del partido Irene Montero, compraron un chalé de 660.000 euros con una hipoteca de 540.000 a 30 años en la lujosa urbanización de Galapagar, en la Sierra madrileña.
En el Mesón Tino, uno de los establecimientos emblemáticos de Vallecas, recuerdan a Pablo Iglesias como «un chaval normal que venía a estudiar». Reconocen que les gustaba más aquel Pablo que el de ahora, y ven su migración a Galapagar como «una decepción más de los políticos» que solo buscan su interés personas.
En ese Madrid obrero encontró Pablo Iglesias el medio para «asaltar los cielos», La Tuerka. Un modesto estudio de televisión desde el que el presentador difundía sus ideas y repetía que nunca se iría de Vallecas: «Si puedo elegir, prefiero seguir viviendo en mi barrio». Pero ahora, sus vecinos ya no ven en él al mileurista que se movía en transporte público y vivía «tan a gustito» en el piso de su tía abuela.
«Se ha alejado de nosotros en cuanto ha empezado a ganar dinero», dicen en el mesón, aunque algunos contestan que «hay muchos obreros que viven en chalets». Al líder de Podemos no le faltan defensores. Hay quien cree que lo del chalet ha sido siempre una falsa polémica, y que si uno tiene dinero es normal gastarlo. Pero está claro que a Pablo Iglesias le costará volver a ganarse la confianza de los barrios más pobres.
El regreso de Pablo Iglesias a Madrid
Fue precisamente en La Tuerka donde coincidieron por primera vez Pablo Iglesias, un joven presentador de televisión que aún no había entrado política, e Isabel Díaz Ayuso, diputada autonómica del PP a la que muy pocos conocen. Era 2012, y casi diez años después, se batirán en duelo por el gobierno de la Comunidad de Madrid.
Porque si hasta hace un par de días, la campaña electoral en Madrid iba camino de ser el campo de batalla del centro-derecha, el bombazo de la candidatura de Pablo Iglesias lo cambia todo. La propia Isabel Díaz Ayuso reaccionó al instante: «Comunismo y libertad». Y aunque los expertos dicen que el movimiento de Iglesias puede acabar favoreciendo al PP, en Génova no las tienen todas y temen un «efecto Illa» en Podemos.
Pero para conseguir su objetivo de rescatar a Podemos en el feudo donde nació, Madrid, Pablo Iglesias tiene el reto de volver a conectar con los barrios obreros. Y no lo tendrá nada fácil, desde luego. En las últimas elecciones se evidenció que el proyecto de Más Madrid llega más a los barrios castigados por la crisis: 20 escaños a 7. Con Podemos a punto de desaparecer en la asamblea madrileña, necesitaba un golpe de efecto.
La realidad de los barrios obreros
Con la dimisión de la vicepresidenta del Gobierno, Pablo Iglesias lanza un primer mensaje a los madrileños: él no es de esos que se agarra al sillón. Quiere presentar su paso por el ministerio como un hecho accidental, y su regreso a la política autonómica como un acto de humildad. Está allá donde le necesitan, y su lugar está ahora en el combate contra la derecha más dura y el fascismo.
En contra de lo que pueda pensarse, Iglesias no lo tiene todo en contra en el Madrid obrero. en algunos sectores no olvidan su compromiso con las personas que se manifestaron hace algunas semanas por la libertad de expresión. Mientras se criminalizaban las protestas de forma casi unánime, Iglesias se mojó a favor de la libertad de Pablo Hásel, y su crítica a la calidad de la democracia española puede ahora hacerle ganar algunos votos.
Está por ver hasta dónde llegará el «efecto Pablo Iglesias» y su puede resucitar realmente a su formación en Madrid. Pero está claro que el barrio de Vallecas que dejó hace años no es el mismo de ahora. Mientras él hacía carrera en el Congreso de los Diputados, por Vallecas pasaron dos crisis y una pandemia.
Las personas de los barrios obreros han sido las más perjudicadas por los confinamientos. Cuando no han podido trabajar se han visto en la calle y, puesto que muchos no tienen contrato, ni siquiera tienen derecho a una prestación. En el mejor de los casos, los que podían trabajar abarrotaban el transporte público con el riesgo de contagiarse, y contagiar luego a sus familiares, hacinados la mayoría de las veces en pisos pequeños.
Las colas del hambre han crecido mientras Pablo Iglesias y los suyos desayunaban en el bar del Congreso, que el pasado verano recibió una subvención de 1,2 millones de euros. Está claro que Pablo Iglesias no tiene la culpa de ello, pero forma parte de ello, y esto es lo que los suyos, los de Vallecas no le perdonan. Ahora tiene una segunda oportunidad, dos meses para demostrar a los madrileños que no es el «marqués de Galapagar» sino el mileurista de la Colonia Fontarrón.