Los amigos y familiares de María Elsa y Vanessa están consternados por la muerte de madre e hija, encontradas sin vida en su vivienda del barrio del Llano en Gijón. Pero a pesar del dolor, la noticia no les resulta del todo extraña. «Vanessa siempre dijo que si su madre le faltaba, no sabía lo que haría», dice un amigo suyo en el tanatorio.
En declaraciones al diario local La Nueva España, en el entorno de las mujeres fallecidas relatan el infierno que vivieron por las enfermedades físicas y mentales: «La hija se desvivía por cuidar a la madre, pero estaba para que la cuidasen a ella». Las dos apenas salían de casa desde que hace unos diez años alquilaron el piso de la calle Juan Alvargonzález en el que fueron halladas sin vida el pasado miércoles.
De hecho, el fallecimiento se había producido unos dos meses antes, aunque nadie se percató de ello. La noticia aparecida ayer en todos los periódicos causó una gran sorpresa: María Elsa Candás Montoto, de 74 años, y Vanessa Fernández, de 39, fueron encontradas muertas juntas en el piso donde vivían. Pero había aún un detalle más escabroso: el gato con el que compartían su vida se había comido la cara de la madre.
María Elsa era viuda y sufría un deterioro físico que la obligaba a depender de los cuidados de su hija. Pero Vanessa también estaba mal, ya que padecía trastornos mentales severos desde hacía tiempo. Había ingresado en la Unidad de Psiquiatría del Hospital de Jove en varias ocasiones, y el vínculo que le unía a su madre era de alguna forma lo que le había ayudado a seguir adelante. Estaban unidas por la enfermedad.
En su propio entorno aseguran que ella había manifestado a menudo su miedo a quedarse sola, sin su madre. Según la hipótesis inicial, la madre murió por causas naturales, y luego la hija, al verse sola, se suicidó. Al no tener apenas contacto con la familia ni relacionarse con la gente del barrio, nadie las echó de menos. «En diez años, a la madre solo la vimos salir dos veces», relata uno de sus vecinos.
Nunca compartieron su calvario
La investigación para confirmar la principal hipótesis sigue en marcha, aunque no será fácil por el avanzado estado de descomposición de los cuerpos. Fue un vecino quien dio la voz de alarma, al percatarse que hacía semanas que no sabían nada de ellas. «Al no ver luz en casa, me asusté», dijo uno de los allegados de las mujeres. La policía consiguió entrar en el domicilio, donde encontraron el horrible escenario.
El cadáver de la mujer mayor, parcialmente comido por el gato, estaba en el suelo del dormitorio, cerca de la cama. El de Vanessa estaba en otra habitación, junto a varios botes de pastillas tirados por el suelo. Eso refuerza la idea de que la joven, al ver que su madre había fallecido, se quitó la vida. Las autopsias tendrán que confirmar ahora la verdad tras el triste final.
Una vecina cuenta con pelos y señales la tortura que vivieron madre e hija durante años: «Ellas nunca contaban el calvario que pasaban de puertas para dentro. La madre siempre había cuidado de la hija, una persona enferma desde joven que nunca tuvo una vida normal. En los últimos años fue la hija la que tuvo que cuidar de su madre, cuando prácticamente no se podía cuidar ni de ella misma».
«La madre estaba impedida y la hija con depresión. Conmigo vino a llorar alguna vez, pero yo poco podía hacer, porque en mi casa también tengo lo mío», dice otra vecina, de nombre Chelo. «La hija cuidaba de la madre, la joven estaba mal pero nunca pensábamos que fueran a acabar de una forma tan penosa», comenta uno de los familiares.