El suizo Oliver Jaquet y la española Isabel Merino aparecieron muertos a tiros en su casa de Benijófar (Alicante). Días después, algo llamó la atención de los investigadores al revisar las imágenes del funeral. Era el rostro sonriente de un adolescente de 15 años, que resultaba ser el hijo del matrimonio asesinado.
A partir de entonces pasó a ser el principal sospechoso de una investigación que concluyó diez días después con su confesión. Ciryl Jaquet Merino reconoció haber matado a sus padres a balazos el 1 de agosto de 1994. Ingresó en un centro de menores del que salió tres años después para empezar de cero.
El crimen de Cyril Jaquet recuerda mucho al del adolescente de 15 años que ha matado a sus padres y a su hermano pequeño en Elche. El caso de Cyril vuelve a revivir en pleno debate sobre la rehabilitación de los menores asesinos. Para sorpresa de todos, el parricida acabó apareciendo en un reality de Antena 3.
Cyril, el chico rebelde
En 1984, el suizo Oliver Jaquet y la española Isabel Merino se instalaron con su hijo de cinco años en Benijófar (Alicante). Ilusionados con un nuevo futuro se hicieron cargo de un restaurante, para más tarde dedicarse a otros trabajos. Él como instalador de sistemas de calefacción, ella como traductora de francés.
La suya era una familia feliz y bien acomodada en una casa en el campo donde el padre coleccionaba armas de caza. Su único quebradero de cabeza era Cyril, el hijo rebelde y malcriado que acumulaba conflictos y malas notas. Su carácter rebelde y su cultivado físico le hacían irresistible a ojos de las chicas.
El adolescente era aficionado al judo y a las motos, y aunque tenía todo lo que quería nada era suficiente para él. Poco a poco fue cosechando un odio irrefrenable hacia sus padres, a los que veía como un freno para sus ansias de libertad. Este sentimiento fue creciendo dentro de él hasta sentirse asfixiado.
Un crimen frío y calculado
Una discusión con sus padres por los horarios de volver a casa desencadenó la tragedia el 1 de agosto de 1994. El adolescente, que entonces tenía 15 años, cogió una de las armas de su padre y esperó a que su madre llegara a casa. Mientras subía las escaleras recibió el primer disparo, luego dos más, y un último en la cabeza.
El joven escondió el cuerpo y esperó pacientemente a que llegara su padre, cuatro horas después. Al entrar en la cocina le descerrajó seis tiros y un último en la cabeza. Luego preparó la escena con una frialdad sobrecogedora para que pareciera un robo: abrió los cajones, desordenó las estancias y sustrajo objetos de valor.
Acto seguido cogió la bici y se desplazó hasta la casa de sus abuelos, a nueve kilómetros, donde se quedó a dormir. Cuando al día siguiente volvió a su casa ejecutó una actuación digna de un premio. Los vecinos le vieron salir corriendo y en estado de shock mientras gritaba que habían matado a sus padres.
La sonrisa que le delató
Benijófar acudió al funeral consternado por el trágico suceso y buscando acompañar al hijo del matrimonio asesinado. Se sorprendieron de la fortaleza del muchacho, que reaccionó a la muerte de sus padres con una admirable entereza. Ni una lágrima, ni un lamento, quizás solamente una muestra de madurez.
Pero revisando las imágenes, los agentes se dieron cuenta de que mientras todos lloraban el chico se reía. Incluso llegó a contar algunos chistes durante el entierro. Diez días después, Cyril confesó el crimen con una estremecedora frialdad. “Fui yo, los maté porque me retaban y me pegaban”, argumentó.
El parricida intentó vender la historia de los malos tratos, pero el entorno de la familia lo desmintió. Al ser menor de 16 años no se le pudo aplicar el Código Penal y fue condenado a pasar tres años en un reformatorio. El 12 de agosto de 1994 entró en un centro de menores, del que salió poco después.
Una nueva vida lejos de su pasado
Cyril se mudó a Palma de Mallorca para empezar una nueva vida lejos de las miradas acusatorias. Allí encadenó varios trabajos y se convirtió en un auxiliar de vuelos elegante, educado y con don de lenguas. No tenía antecedentes registrados y empezó a trabajar en Air Europa para los vuelos a Suiza y a Francia.
Haciendo gala de su personalidad fascinante, no tardó en encandilar a sus compañeros y a sus hijos. Los pasajeros le adoraban, sus colegas le elogiaban, sus jefes le ascendieron, e inició un romance con una azafata mallorquina. En 2006 rompió y se mudó a Madrid donde tuvo un flechazo con una azafata llamada Paola.
Cyril, de 29 años, y Paola, de 24, compartían el mismo espíritu aventurero y decidieron apuntarse a un nuevo reality de Antena 3. Buscaban a parejas para recorrer el mundo haciendo pruebas y ofrecían un premios de 250.000 euros. Así fue como entró en el programa “La vuelta al mundo en directo”.
Escándalo en Antena 3
Cyril y Paola sortearon todo tipo de pruebas, entrevistas y test psicológicos para quedar seleccionados entre más de ocho mil candidatos. El programa estaba llamado a ser la sensación de la temporada, pero de pronto todo se torció. Los vecinos de Benijófar no podían creer lo que estaban viendo por la tele.
Aunque habían pasado ya catorce años, reconocieron enseguida el rostro del adolescente que había matado a sus padres. La redacción del programa se colapsó con llamadas y mensajes, y el escándalo no tardó en aparecer en los medios. El presentador Óscar Martínez tuvo que salir a dar explicaciones.
La pareja tuvo que regresar de Venecia y fueron sometidos a una entrevista donde él se negó a dar explicaciones y ella le mostró todo su apoyo. Con el tiempo se casaron y tuvieron dos hijos. El escándalo televisivo acabó desapareciendo en el olvido de la misma forma que lo hizo el trágico pasado del parricida.
Cyril y Santi, dos casos paralelos
El caso vuelve ahora a la luz por sus sorprendentes semejanzas con el parricidio de Elche, ocurrido el pasado 8 de febrero. Santiago mató a sus padres y a su hermano por la misma razón y de la misma forma que Cyril. Les disparó con una escopeta de caza tras discutir por su mal comportamiento.
Hay detalles que parecen sacados de la misma escena, como que Santiago mató primero a su madre y luego esperó con frialdad a que llegara su padre. En ambos casos todo parece responde a un plan calculado ejecutado con suma precisión. La falta de remordimientos es el broche que corona los dos crímenes.
El caso de Santi plantea las mismas dudas que el de Cyril Jaquet o el de José Rabadán, ‘el asesino de la katana’. ¿Es posible rehabilitar a estos adolescentes asesinos o hay que endurecer la ley del menor? De momento, Santiago seguirá los mismos pasos que sus antecesores en un centro para menores.