«Vengo todas las mañanas a ver a mi mujer, para que me vea y que me vaya reconociendo, que no se olvide de mí». Esas son las palabras que recita Xavier, emocionado, y es que cuando dicen que el amor mueve montañas, una vez más, se vuelve a demostrar.
Xavier no necesita mucho más salvo un taburete y pasarse las horas mirando a su persona favorita, su mujer. Lo cierto es que, aunque las vistas sean las mejores, el lugar no es el que siempre habría deseado, ya que Xavier tiene que permanecer ‘al lado’ de su mujer, separado por un cristal de una ventana.
Su mujer, Carmen, se encuentra en una residencia de ancianos, y debido a esta actual pandemia del coronavirus y sus debidas restricciones para limitar la expansión de esta enfermedad, las residencias se han visto obligadas a limitar las visitas de los familiares, incluida en este caso la de su marido Xavier, de 90 años.
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Cada mañana Xavier se sienta en su taburete y le hace compañía desde el cristal a su mujer, quien tiene alzhéimer desde hace ya 14 años. «Ha ido degenerando», lamenta el nonagenario: «Le hago muchos guiños, le hago tonterías, hago como que me caigo, a veces se ríe, rezamos juntos, aunque nunca acabamos la oración... luego no se acuerda», explica desde la ventana de la calle Ripollés, con Carmen al otro lado del cristal.
«Es como si fuera un cuadro. Por una parte, me trae recuerdos de cuando no teníamos necesidad de platicar a la ventana, pero por otro me da tristeza porque parece que la haya encerrado en una cárcel... nos vemos así, como en las películas, aunque aquí no hay teléfono por el que hablar, pero esa es mi sensación: ella se queda aquí y yo me voy», explica entristecido el anciano.
66 años y una pandemia juntos
La bonita historia de amor comenzó hace 66 años, Xavier era músico de una orquesta, y por aquel entonces dio la casualidad que lo contrataron para la fiesta mayor de Huesca, donde ella pasaba sus vacaciones. «Ha sido un matrimonio en el que nos hemos querido mucho y respetado mucho», recuerda el anciano. «Yo venía de trabajar, ella estaba en casa y le explicaba cómo me había ido el día. Íbamos de paseo, salíamos en coche de excursión, hemos estado por el norte y el sur de España, en Suiza, en Finlandia...».
Xavier explica lo difícil que le está siendo llevar esta situación lejos de su mujer, «Cuando me acuesto, veo la cama vacía y me da pena. Tengo una fotografía de ella en la habitación, pero no es lo mismo».
«Suerte que la tengo»
La pandemia del coronavirus comenzó y Xavier estaba realmente preocupado porque: «No sabía si comía, si lo sabía era por sus compañeras, la llamaba por teléfono y como mucho decía 'hola', pero como tampoco puede hablar...», explica muy emocionado el anciano. «La ventana es muy importante para mí, suerte que la tengo porque, si no estuviera, la tendría que ver por la tablet».
Pasan los días, las horas, los minutos y constantemente Xavier no se cansa de promulgar a los cuatro vientos su amor por Carmen: «Nos queremos mucho. Ahora ella, por el alzhéimer, le sale instintivamente decir que no con la cabeza, y yo le pregunto '¿Me quieres mucho?' y ella hace que no, así que le pregunto '¿Lo haces para hacerme rabiar, no?' y ella se ríe».
Una historia preciosa que demuestra que el amor nunca se tiene que dejar de cuidar y mimar: «Vendré mientras pueda para que no se olvide y le seguiré enseñando fotografías, aunque ya no se acuerda. No sé qué le debe quedar en la cabeza y qué pensará, pero si tiene un poco de conocimiento, esta situación es muy desagradable. Para mí lo es y mucho. Yo le pido a Dios que no se dé cuenta de esta situación para que sea más feliz», desea Xavier.