El escenario al que se tienen que enfrentar a diario los trabajadores sanitarios es de lo más desolador. Cada día circulan ante sus ojos enfermos de Covid-19 que deben luchar contra la enfermedad y es inevitable que sus historias personales acaben haciendo mella en su ánimo. Detrás de cada cifra tanto de nuevos contagios como de fallecidos, se esconden personas y familias enteras que sufren los estragos de la pandemia.
Saturados por meses sin descanso y sin un atisbo de esperanza en que la cosa mejore, Julio Armas, urgenciólogo del hospital comarcal de Vinalopó en Elche, explicaba cómo vive su día a día en su puesto de trabajo al portal 'Nius'.
«Estamos al límite emocional»
El trabajo en los hospitales es frenético. Tanto, que son pocas las ocasiones en que los sanitarios pueden tener un mínimo de descanso. Así lo explicaba el propio Julio tras una noche de guardia en urgencias: «Cojo aire para volver mañana a las 8:00 de la mañana. Es muy necesario, más de lo que crees, porque a veces crees que no vas a poder seguir» comenta en su día de libre.
«A los sanitarios nos cuesta mucho reconocer que estamos al límite, pero lo estamos. Estamos al límite emocional quizá físicamente todavía aguantaremos un poco más» explica Armas quien se ha propuesto concienciar a la gente de la delicada situación por la que están pasando mediante mensajes en sus redes sociales.
El urgenciólogo no quiere centrarse en las cifras que a diario se hacen público e intenta ver que detrás de ellas hay personas y familias enteras que han terminado destrozadas por culpa del coronavirus: «Cada muerto es una persona, una cara a la que has visto, a la que has conocido, que te ha contado su historia… y ya no está entre nosotros. No es un número, cada uno de ellos tiene un nombre, una vida, una familia» cuenta afirmando que «la impotencia te come».
Durante su intervención, Julio Armas rememora el estremecedor caso de un hombre que perdió a su mujer y su hija de 19 años como consecuencia del virus: «Se contagiaron los tres a la vez. Vivían juntos. Su mujer y su hija ingresaron el mismo día. Vimos cómo iban evolucionando y vimos el final. A todos se nos cayó el alma al suelo. Sus lágrimas caían como piedras» recuerda.
La tercera ola es mucho peor que la primera y segunda
Los expertos avisaban de que esta tercera ola iba a ser mucho más dura que las dos anteriores, y no se equivocaban. Los contagios siguen subiendo de manera vertiginosa y es evidente que «a más contagios más muertos». La saturación de los hospitales es ya un hecho que todavía dificulta más la situación de los sanitarios y los pacientes que en ocasiones mueren en la más completa soledad.
«Recuerdo una ancianita ingresada con Covid que no tenía familia a quién llamar. Estaba sola, entubada y muy malita. En el último momento me dijo: '¿Doctor le puedo pedir una cosa?, ¿me puede dar un abrazo?' Y yo con el EPI, las mascarillas, los guantes y la mampara se lo di. ¿Qué iba a hacer?» cuenta Armas consciente de que en ocasiones los familiares no pueden estar con el enfermo y es entonces cuando los sanitarios se convierten en su única compañía hacia un final anunciado: «Les coges la mano y esperas».
Además, Julio explica que hay muchas otras patologías que están pasando desapercibidas debido a la pandemia y que provocarán muchas más defunciones: «Este bulto en el cuello no será nada. A los seis meses es un cáncer complicado. Y así va a pasar con muchas y muchas enfermedades que han salido de la primera línea por el Covid. Y esto, todo esto se quedará por mucho tiempo y tendrá consecuencias» advierte.
La impotencia de los sanitarios
Son muchos los trabajadores sanitarios que viven con desesperación su trabajo. El sentimiento de impotencia ante el gran número de pacientes a los que no llegan a ayudar es constante en su día a día y en ocasiones deben hacer un gran esfuerzo para no desfallecer. «He visto compañeros rotos de dolor en medio de un turno, secarse las lágrimas y seguir adelante. La entereza de mucha gente que se deja la piel por los demás es tan grande que no cabe en un tweet» publicaba el urgenciólogo.
«La sala a tope, los monitores sonando, los pacientes quejándose de dolor y quieres atenderlos a todos, quieres salvarlos a todos y a veces no llegas. Muchos se hunden un rato se van a una esquina, se secan la lágrima y siguen» explica afirmando que esto ocurre cada vez con más frecuencia.
Julio Armas no quería despedirse sin mandar un mensaje de concienciación: «Me gustaría que se haga hincapié en que esto es una situación crítica, y que tenemos que poner de nuestra parte. Con mis historias quiero que la gente se ponga en la piel de cada paciente. Para que nos lo tomemos en serio. Hay que limitar los contactos sociales, hay que ser responsable, y que no se deje a nadie atrás» y concluye con esperanza: «No vemos el final de esta pesadilla, pero quiero creer que vendrá».