Desde el inicio de la pandemia del coronavirus se ha abierto un debate sobre cuál es la mejor estrategia para vencer a la enfermedad. Unos son partidarios de medidas rígidas de confinamiento para evitar el máximo de contagios y aliviar la presión de la sanidad pública, otros defienden medidas suaves para favorecer la inmunización de la mayoría de la población y evitar una segunda ola de contagios.
En Europa todos los expertos están mirando con atención a Suecia, que a diferencia de sus países vecinos ha decidido mantener la actividad en colegios, restaurantes y gimnasios aunque prohíbe las reuniones de más de 50 personas. El país escandinavo ha doblado los contagios en una semana y ya son más de 6.000, pero el número de fallecidos se mantiene bajo, apenas 500. El debate está servido.
Para algunos, la estrategia de Suecia es acertada y a la larga se verán los resultados en la inmunidad de grupo, pero para otros es un plan suicida que desembocará en una tragedia. Lo cierto es que el Gobierno sueco no hace un seguimiento estructurado de los contagios porque no realiza test a los asintomáticos.
Las cifras que llegan se basan en los ingresos hospitalarios y los fallecimientos, pero tampoco el número de muertos sirve para hacer una estimación a lo grande de los posibles contagios ya que existe un decalaje de dos semanas entre el diagnóstico y la muerte.
Para algunos expertos, subestimar a los asintomáticos como hace el gobierno sueco es una temeridad porque pone en riesgo la capacidad de los hospitales ante la elevada cifra de pacientes graves con Covid-19 que necesitarán atención especializada las próximas semanas.
Sin embargo, la conclusión que extraen las autoridades sanitarias en Suecia de las simulaciones para estimar las necesidades hospitalarias súbitas indica muchas menos hospitalizaciones por cada 100.000 habitantes que el Noruega, Dinamarca y Reino Unido. Y es que según los datos que maneja el Gobierno sueco, sólo uno de cada cinco infectados necesitarán ser hospitalizados.
¿Suecia o España? El debate está servido
La conclusión de todo esto es que el Gobierno sueco calcula que no habrá una saturación de los hospitales y, por lo tanto, no hacen falta medidas de confinamiento estrictas que, además, ponen en riesgo la inmunidad de grupo. La misma teoría defiende que la paralización de la economía afectaría a los recursos de la sanidad y a la larga se producirían más fallecimientos que los que la enfermedad va a causar a corto plazo.
La mayoría de los suecos son optimistas en cuanto a la inmunidad de grupo. Al considerarse el Covid-19 una enfermedad menos grave para los asintomáticos o los infectados con síntomas leves que otro tipo de gripes, muchos confían en alcanzar rápidamente el 60% de inmunizados sólo al alcance de aquellos países sin medidas de erradicación de la enfermedad.
Por ahora, la comparación entre el rápido aumento de contagios en Suecia y el éxito de las rígidas medidas de confinamiento en España los últimos días es un argumento suficiente para los detractores del modelo sueco. Sin embargo, el tiempo puede acabar dando la razón a los suecos si las pérdidas humanas a corto plazo son compensadas por la prevención de una segunda oleada de contagios en el futuro y la minimización de las consecuencias sociales y económicas a largo plazo.