Dar positivo en coronavirus puede ser muy estresante, y más si tienes que pasar la enfermedad encerrado en casa con niños. Pero todo se complica aún más si eres una familia numerosa que tienes nada más y nada menos que 9 hijos. ¿Te imaginas los once encerrados en casa y pasando la enfermedad?
Pues eso es lo que ha vivido Paloma Blanc, una mamá influencer famosa en redes sociales por su cuenta de Instagram @7paresdekatiuskas, donde relata el día a día como madre de nueve hijos. Ahora, en su día a día se ha colado el coronavirus; y es que los once miembros de esta familia dieron positivo por covid hace dos semanas, quedando encerrados en casa con síntomas, que por suerte no fueron muy graves.
Tal y como ha relatado Paloma, todo empezó la noche del 5 de febrero cuando su marido, que siempre es el encargado de recoger la cocina antes de irse a dormir, le dijo que necesitaba tumbarse porque le dolía el cuerpo y no podía terminar con dicha tarea, algo que extrañó mucho a Paloma, quien asegura que «Él nunca se queja de que le duela nada».
A la mañana siguiente, tanto los niños como ella se levantaron con los mismos síntomas de malestar y ahí empezaron las sospechas, por lo que Paloma decidió llamar a una amiga para que les hiciera un test de Covid, del cual dieron tanto sus nueve hijos como ella y su marido, positivo.
Paloma relata su experiencia
«Me puse a llorar sin consuelo. No podía creerlo. El mundo se paró en mi casa en ese momento. Sentí una mezcla de preocupación, rabia y frustración. No entendía cómo el virus había entrado en nuestras vidas. Hasta monté en casa un rincón anticovid con geles, mascarillas... Siempre he sido muy estricta con las medidas de prevención. Mi familia me decía que era una exagerada por todo lo que obligaba a hacer a mis hijos. Mi marido y yo hemos sido taxistas de los niños para que no fueran en transporte público, en los últimos tres meses no han quedado con amigos, en navidades estuvimos solos y ni fuimos a Asturias a ver a mi padre que está muy enfermo... Hagas lo que hagas, está claro que no se puede controlar todo. Parecía que era imposible que nos contagiáramos y, al final, la cepa inglesa se hizo un hueco entre nosotros», cuenta Paloma.
A partir de ahí, tanto el termómetro como el medidor de oxígeno no paró de funcionar y de pasar de niño en niño, aunque por suerte, no tuvieron fiebre, pero sí mucho dolor de cabeza, dolor en el cuerpo, congestión nasal, tos, pérdida de olfato, cansancio… es decir, todo el cuadro de síntomas conocidos del coronavirus, que dejaron a la familia casi sin fuerzas.
Los niños se encargaban de la casa
Aunque al ser una familia tan numerosa los niños ya están acostumbrados a realizar muchas de las tareas domésticas, en esta situación era determinante que ayudaran a sus padres, que se encontraban tan mal que un día realizaron una reunión para pedirles que se encargaran de la casa: «Preparamos un organigrama para decidir, según el estado en el que se encontraba cada uno, quién ponía la mesa, la quitaba, cocinaba... En realidad son tareas a las que están acostumbrados, aunque siempre hay alguna que otra riña porque uno dice que ha hecho más que el otro, y esas discusiones típicas».
Sin embargo, el estado de cansancio que arrastraban también les pasó factura y tuvieron que bajar el nivel de exigencia: «Llegamos a ser poco organizados: unos días comíamos a las dos y otros a las cinco de la tarde. Los horarios eran flexibles según quién cocinara y cómo nos encontráramos. No nos importó mucho, la verdad, porque en nuestro estado tampoco teníamos mucha hambre», asegura.
Toda una odisea que han podido superar sin males mayores, hasta que el pasado jueves se pudieron reincorporar todos a sus rutinas habituales una vez ya recuperados del todo. Aun así, Paloma, que llevaba un año extremando las medidas de precaución y que pensaba que a estas alturas ya se vacunaría y no tendrían que pasar el virus, se sigue preguntando cómo entró el virus en su casa: «Quizá pasarlo todos de una vez haya sido lo mejor porque nuestro confinamiento lo hemos pasado juntos y en el mismo periodo de tiempo. Eso no quita que le dé vueltas a cómo llegó a entrar en mi casa. Desde luego no ha sido fruto de la imprudencia», reflexiona.