Sabemos que durante esta pandemia todos hemos visto reducida nuestra movilidad. También que cuando necesitamos desplazarnos para ir a trabajar a veces nos hemos visto obligados a improvisar nuevas formas de transporte. Pero lo de este gijonés tiene verdadero mérito.
Se llama Pablo. Tiene cuarenta y seis años. Es nadador federado. Y en las frías aguas del mar Cantábrico se siente feliz como si fuese un pez.
Una decisión drástica pasada por agua
Pablo vive en Gijón, Asturias. Su casa está cerca de la playa de Poniente. Y su negocio está al lado de la playa de San Lorenzo. Cuando el coronavirus llegó a nuestras vidas desplazarse de un lugar a otro manteniendo la distancia social de seguridad se convirtió en un quebradero de cabeza.
Donde los demás hacemos de tripas corazón y asumimos que caminando por las calles es complicado mantener en todo momento los dos metros mínimos de separación con los demás peatones, él encontró la solución en su afición favorita.
Todas las mañanas antes de salir de casa para ir al trabajo se enfunda su traje de neopreno, se guarda su mascarilla y se zambulle en las frías aguas cantábricas. Cada día nada más de dos kilómetros de ida, y otros tantos de vuelta. Lo que sea para mantener en pie el negocio.
Pablo asegura que: «Esto lo hago ahora que el Cantábrico no está tan frío. Otra cosa será cuando llegue la época en que esté a trece grados, o menos. Entonces tendré que replanteármelo.»
Una solución solo apta para gente preparada
Si algo tiene el mar Cantábrico es que sus aguas no son precisamente las mejores para los baños tranquilos, placenteros y seguros. La temperatura del agua suele ser fría, hay fuertes corrientes, y la zona es muy apreciada por los amantes del surf debido a que suelen formarse grandes olas.
Es un trayecto a nado que puede ser peligroso. Solo en caso de ser un nadador experto y bien preparado puede optarse por la solución que ha tomado Pablo: «Si tengo que transportar algo o el mar está embravecido no puedo.»