Hace más de un año que las mascarillas se instauraron en el mundo como un elemento obligatorio del día a día. Los cubrebocas se convirtieron en un complemento más para salir de casa. Además, hacen sentir más guapos y guapas.
A pesar de que a día de hoy hay espacios donde la mascarilla ya no es obligatoria, pocos se atreven a quitarla. De hecho, supone un choque social destapar la cara cuando se está compartiendo hábitat con otras personas no convivientes.
La sociedad ha entendido que las telas quirúrgicas son la mejor manera de protección contra el covid. Desprenderse de ellas, más ahora que ya se han acostumbrado a llevarlas, se torna inviable.
La Universidad de Pensilvania ha estudiado este fenómeno. En su análisis ha concluido con la hipótesis de que las mascarillas hacen parecen más guapos y guapas.
El cerebro reconstruye por sí mismo la parte del rostro que está cubierta con la mascarilla y suele dibujarla más armónica de lo que puede llegar a ser.
Según los expertos que estudiaron el caso, las mascarillas hacen parecer más atractivos. La vicepresidenta de la sección de psicología clínica de la salud y psicoterapia del Colegio de Psicología de Catalunya, Carme Guillén, explicó que este fenómeno tiene lugar en el cerebro.
En palabras de la psicóloga, se trata de un efecto visual. El individuo se imagina la parte del rostro del otro individuo que está oculta.
"Aquí entra en juego tanto la vista como el cerebro", señaló Guillén en una entrevista para El món a RAC1. "Cuando no vemos una parte de la cara no pensamos en las partes que faltan. Directamente imaginamos cómo debe de ser en conjunto", apostilló.
Este fenómeno se articula bajo dos leyes: la ley de la continuidad y la ley de parecidos. Es decir, el cerebro completa el rostro partiendo de las partes que se muestran ante él, como el pelo o los ojos. Y también, acorde con su experiencia.
O sea, se construye una imagen a partir de rostros o personas conocidas. Todo ello sin dejar de lado la búsqueda de la armonía del rostro. "Construimos la parte de la cara que falta a partir de nuestro propio recuerdo y de la simetría", aclaró la vicepresidenta.
Acorde con esta teoría, se entiende que cada individuo reconstruya de manera diferente los rasgos faciales de un individuo. "Si una persona tiene la vista gorda, imaginamos que el resto de elementos de su cara también serán gordos. Pero si tiene los ojos rasgados lo completaremos con rasgos más orientales", aclaró Guillén.
La doctora aclaró que este fenómeno es el mismo que se experimenta cuando se conoce a una persona detrás de una pantalla. A partir de conocer la cara, el cerebro elabora el resto del cuerpo de la persona. "Tú a la pantalla solo ves una parte y construyes una imagen de su totalidad: si es alto, bajo, gordo o delgado", afirmó.
La mascarilla, el refugio de los complejos
La doctora ha recordado que la mascarilla es el fiel reflejo del miedo individual al contagio. Hay quienes se sienten inseguros cuando no llevan las telas quirúrgicas puestas.
Por otro lado, hay quien la lleva para tapar sus complejos físicos, como el acné. Principalmente, sucede entre los jóvenes porque están en la etapa de la vida en la que la aceptación social es muy importante. Para ellos la mascarilla "es como un refugio".
Al fin y al cabo, la mascarilla oculta una parte del rostro. Se deja a la imaginación del otro adivinar cómo continuaría la parte que no ve.
La mascarilla aporta seguridad para quienes velan por su salud. Pero también para quienes no se encuentran cómodos con algún aspecto facial. De este modo, se sienten más atractivos y también les ven más guapos y guapas.