Tomás Gimeno: "No volverás a ver a las niñas". Martín Ezequiel Álvarez: "En el hotel te dejo lo que te mereces". Sus nombres quedarán para siempre asociados a la crueldad infinita de la violencia vicaria. Convirtieron a sus hijos en meros instrumentos para causar el mayor daño posible a sus exparejas, y acabaron con sus vidas.
En apenas cuatro meses, Tomás Gimeno y Martín Ezequiel han escenificado de la forma más trágica posible la cruda realidad de la violencia vicaria en España. El primero mató a sus dos hijas de 1 y 6 años y las hundió en el fondo del mar para que no las encontraran. El segundo asesinó a su hijo de 2 años y medio, y para ello escogió el hotel donde se había casado con la madre. Lo tenían todo planeado, y su objetivo era causar el mayor daño posible.
Pero si algo une a estos dos padres asesinos por encima de todo es su final, y es precisamente su forma de morir lo que ayuda a entender su mentalidad. Aunque nunca se ha encontrado su cadáver, los investigadores dan por hecho que se suicidó lastrándose al fondo del mar. Martín Ezequiel emprendió una huida que acabó pocas horas después ahorcándose con su propio cinturón en una zona boscosa.
¿Qué rasgos de su mentalidad une a Tomás Gimeno y a Martín Ezequiel? ¿Cómo puede un padre acabar con la vida de sus hijos de una forma tan fría y calculadora? Pero sobre todo, ¿Por qué dos personalidades tan ególatras y despiadadas decidieron, en el último momento, quitarse la vida? Aproximarse a los últimos minutos de la vida de Tomás Gimeno y Martín Ezequiel es entender un poco más la perversa psicología de la violencia vicaria.
Tomás Gimeno: obsesivo, infantil, impulsivo
El origen de los crímenes es siempre el mismo, la incapacidad del agresor de aceptar una situación que no puede contrar. Así son los protagonistas de la violencia vicaria, personas con un ego desmesurado que necesitan tenerlo todo bajo su control y que son incapaces de controlar su ira. Así era Tomás Gimeno, un ser acomplejado que nunca aceptó la separación con su ex y que se vio consumido por los celos hacia su nueva pareja.
Estos rasgos de la personalidad se agravan por su combinación con ciertos trazos psicopáticos que les convierten en asesinos fríos sin ninguna empatía. Tomás Gimeno planeó al detalle el asesinato de sus hijas, pero sobre todo la forma de deshacerse de los cuerpos. Quería que no les encontraran nunca para prolongar el sufrimiento de la madre hasta la eternidad. También le mandó mensajes amenazantes y un audio de las niñas antes de acabar con ellas.
Pero entonces, ¿por qué se mató Tomás Gimeno, una persona tan orgullosa y egoísta? La investigación concluyó que el parricida de Tenerife quiso huir pero cambió de idea cuando vio a la Guardia Civil en el puerto. Fue entonces cuando tomó la decisión de quitarse la vida. Lo hizo precisamente para no tener que afrontar lo que había hecho ante la opinión pública, porque el escarnio y el linchamiento social hubieran sido un castigo demasiado cruel para su personalidad ególatra.
Martín Ezequiel, ¿un imitador?
Desde que se conoció el asesinato del pequeño Leo a manos de su padre en un hotel del centro de Barcelona, se ha especulado sobre la influencia que el caso de Tomás Gimeno pudo tener sobre el parricida. ¿Es Martín Ezequiel un imitador de Tomás Gimeno? Sus patrones psicológicos, su forma de proceder y su forma de morir son muy similares, lo cual sugiere que efectivamente pudo haber un efecto llamada.
Igual que Tomás Gimeno, Martín Ezequiel también fue infiel a su mujer y tampoco aceptó que esta quisiera separarse de él. Le describen como una persona fría y calculadora, un hombre vanidoso y manipulador que cuando no pudo tener lo que quería reaccionó de forma impulsiva. Así son estos asesinos, personas caprichosas incapaces de controlar su ira cuando no poseen lo que desean.
Ocho días antes del crimen, la madre del pequeño Leo cortó la relación con Martín Ezequiel y se quedó sola a cargo de su hijo. Durante aquellas jornadas, incapaz de gestionar el odio que corría por sus venas, Martín eliminó de su interior cualquier rasgo de humanidad y empatía y planeó al detalle su venganza. Esta tenía que ser lo máximo de cruel posible, aunque ello exigiera el sacrificio de la vida de su hijo.
Luego emprendió una huida que no tenía tan bien planeada y, al verse acorralado, se quitó la vida. En los últimos minutos de su vida, antes de ajustarse el cinturón al cuello, debió sentir algo muy parecido a lo que sintió cuatro meses antes Tomás Gimeno. Ni vergüenza, ni arrepentimiento. Solo la necesidad de desaparecer para no tener que afrontar el juicio público de sus actos.