Luis Fernando Valiente Clemente, el cura torero de Coria, ha aparecido muerto en su casa con tan solo 43 años. El párroco se hizo famoso por correr en los encierros y saltar al ruedo en las festividades de su localidad. Dejó huella por su carácter abierto y simpático, que le hizo muy querido entre los suyos.
Nacido en Coria, Luis Fernando era párroco de Aliseda (Cáceres), localidad donde además residía, y de Herreruela. Ayer por la mañana no se presentó a decir misa, y fueron a buscarlo a su casa, donde vivía solo. Allí lo encontraron sin vida, y avisaron a los servicios de emergencia.
Agentes de Policía Local y Guardia Civil se personaron en el domicilio del fallecido junto con sus padres. Su cuerpo fue trasladado al Instituto Anatómico Forense, donde está previsto que hoy le hagan la autopsia. A falta de los resultados preliminares, todo apunta a una muerte natural.
Hoy se cumple precisamente un año de la grave cogida que sufrió en un tentadero, y estaba preparándose para volver al ruedo. Se había recuperado de sus lesiones y estaba a punto de volver a torear junto con Jesús Galván, ‘el niño de Plasencia’. Un retorno que ya no podrá ser por su prematura muerte.
Toreaba con sotana
Luis Fernando Valiente nació hace 43 años en Coria y a los 11 entró en el seminario de Cáceres. Se ordenó sacerdote en 2003 y se puso ante una res por primera vez en 2019. “Me hacía ilusión torear con sotana, me sentía más fuerte”, aseguró en una entrevista en el diario Hoy en octubre del año pasado.
Luis Fernando era un sacerdote muy especial, que entrenaba haciendo toreo de salón en su casa mientras escuchaba Extremoduro. Según explicó, su pasión por el toreo fue un descubrimiento reciente que le permitía “expresar la belleza, como la oración”. La vida le dio la oportunidad de cumplir su sueño hace dos años.
Debutó en 2019 y, desde entonces, saltó a la arena en tres ocasiones con suerte desigual. En sus primeras faenas salió a hombros, pero en la última se llevó un revolcón que le mantuvo un buen tiempo fuera de los tentaderos. Ahora se sentía preparado y lleno de ilusión para volver a coger el capote.
Compaginaba sus dos vocaciones
Luis Fernando compaginaba sus dos grandes vocaciones, la cristiana y la taurina, con total normalidad. “A mis feligreses les parece bien”, afirmaba en la entrevista, “saben que soy sacerdote, pero también persona”. Le gustaba torear con los hábitos, aunque le estaban haciendo un traje corto “para torear con más eficacia y calidad”.
Su vocación religiosa le venía de familia, ya que tenía dos hermanos y un tío sacerdote en Las Hurdes. De pequeño sintió la llamada de Dios, y con 11 años entró en el seminario mientras sus padres regentaban varios bares en el centro de Coria. Cerca de allí pasan, todos los veranos, los encierros de los Sanjuanes.
“Yo corría el toro en mi pueblo sin que mis padres se enteraran, luego me aficioné a las corridas que daban en Canal Plus”, recordaba. Sin embargo, no iba a las plazas por su trabajo de cura, hasta que sus amigos empezaron a animarle. Finalmente se compró una muleta con el corte de Antonio Ferrera, maestro al que admiraba.
Su soñado debut
El sacerdote siempre llevaba la muleta con sus apellidos, Valiente Clemente, en el coche. “A veces paro a torear en el campo yo solo, me parece una experiencia artística muy bonita”, explicaba. Según contó, “me aburría en el gimnasio y encontré esto, me parece mucho más expresivo”.
La sotana le impedía correr y por eso dejó de correr en los encierros de Coria, pero nunca dejó de dar pases a vaquillas con el hábito puesto. Debutó en 2019 en unas clases prácticas de la Escuela Taurina de Cáceres, en Monfragüe. Lo primero que sintió es que “a través de la res enfrentaba mis miedos, y el cariño hacia los animales”.
La Escuela Taurina de Badajoz le brindó una segunda oportunidad en una finca de Herreruela. Esta vez la vaca era más grande, “ya tenía unos buenos cuernos”, y sufrió algún que otro revolcón. “Me dije que ya no podía echarme atrás, porque no hay valor sin miedo”, recordó tiempo después.
Su última faena
La última vez que se puso delante de una res fue en verano del año pasado, en El Rocío, durante un curso de aficionados. Entre más de treinta inscritos se fijaron en él, quizás porque el atuendo demostraba que era alguien especial. “Fue un momento personal, en el que agradecí a Dios poder disfrutar de algo tan bonito”, explicó.
“Sientes su respiración, su olor, la fuerza, y todo es muy bonito y emocionante porque se junta la inteligencia del hombre con la energía del animal”. Así describía el cura torero su pasión por la tauromaquia, que tuvo la posibilidad de experimentar en sus propias carnes. Para él, los toreros eran “santos del mundo taurino”.
Cuando no daba misa, solía mirar a los toreros por la tele: “Aprendo de su actitud, de su entrega, cosas que a veces también veo en Jesucristo”. Además, veía una conexión entre las fiestas religiosas y las taurinas. Soñaba con ser matadora algún día, pero ayer murió en su casa y hoy los suyos le recuerdan con tristeza.
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