La mañana del 16 de agosto de 2018, un vecino de Belmonte de Pría (Asturias) encontró el cadáver de Javier Ardines. Su cuerpo apareció junto a su furgoneta, en el camino de salida a su casa. La muerte del concejal destapó una escabrosa historia de celos y ambición política en el pequeño municipio de Llanes.
En dos semanas arranca el juicio del caso Ardines en la Audiencia Provincial, en Oviedo. Tres años después de una compleja investigación, cuatro personas se sentarán en el banquillo de los acusados. Son el inductor del crimen, Pedro Nieva, los dos sicarios que ejecutaron el crimen, Djillali y Maamar, y el intermediario, Jesús Muguruza.
Por el juicio pasarán más de cuarenta testigos, entre los cuales la mujer y los hijos de la víctima, y la esposa del presunto inductor. La principal tesis es que Pedro encargó el asesinato de Javier por celos. El edil de Llanes, una persona con una gran influencia, mantenía una relación secreta con la prima de su mujer.
La investigación no ha sido fácil, ya que Javier acumulaba una larga lista de enemigos. Su asesinato encierra una historia de amor y de celos, pero también de luchas de poder, odios y envidias. El juicio pondrá punto y final a este suceso digno de los mejores culebrones.
El ascenso político de un pescador
Javier Ardines despertaba admiración en la pequeña localidad de Llanes. Como capitán del pesquero Bramadoria, había dirigido con maestría grandes hazañas como la pesca de una raya de 52 kilos. Nunca abandonó su pasión por el mar, y de hecho, la mañana que fue asesinado tenía programado un paseo por la ría.
Pero Javier tenía otra faceta, la de líder político local. Tras casi tres décadas de gobierno socialista en Llanes, Javier Ardines, concejal por Izquierda Unida (IU), lideró una coalición ganadora en Llanes y se convirtió en el símbolo de la nueva política. Desde entonces, Ardines pasó a estar en el centro de la diana.
No es extraño que la primera línea de investigación fuera la de una venganza política. El crimen sacó a la luz decenas de amenazas a alcaldes y concejales, y destapó un complejo entramado de sospechosos e intereses urbanísticos. Y en medio del terremoto político, aparece un nombre que lo cambiará todo: Katia Blanco.
Una historia de amor y celos
Javier Ardines estaba casado con Nuria, una profesora de instituto discreta y casera. En su entorno cercano tenían un lugar especial Pedro Nieva, un electricista celoso y violento, y su mujer Katia, alocada y fiestera sin trabajo conocido. Los cuatro estaban ligados por un parentesco: Katia era prima carnal de Nuria.
Dos años antes del crimen, Javier encontró a Pedro un chollo de casa a 100 metros de la suya, y se mudaron. De la estrecha relación que mantenían las dos parejas nació la pasión entre Javier y la prima de su mujer, Katia. La mujer aprovechaba cuando estaba a solas para verse a escondidas con el concejal.
Pero su marido Pedro era una persona celosa y obsesiva hasta la saciedad, y empezó a sospechar seriamente de Javier. El 9 de diciembre de 2017, el día que cambió todo, Pedro les preparó una trampa. En el transcurso de una cena con los dos se ausentó al baño y dejó un teléfono grabando debajo de la servilleta.
'Yo a calentar la casa'
Javier y Katia ya habían mantenido una relación de amor 30 años antes, un romance que Nuria conocía y que les perdonó. En esta segunda ocasión no tuvieron tanto cuidado, y su historia acabó saliendo a la luz. Pedro escuchó la misma grabación mil veces, antes de decidir el destino que le esperaba a Javier.
Cuando Pedro se va al baño, se escucha la voz de Katia: “Yo a calentar la casa, le dije, pues ir calentando la casa para cuando llegues, menos mal que no sabe cómo la caliente”. Javier responde: “Llevamos años librando, a ver si seguimos así”.
Apenas un minuto bastó para obtener la prueba del delito: Javier y Katia mantenían un romance a sus espaldas. Durante los meses siguientes, Pedro enloquece y busca de manera compulsiva en internet servicios de vigilancia y espionaje. Al mismo tiempo, la desconfianza resquebraja el matrimonio de Pedro y Katia.
El plan para matar a Javier
Es entonces cuando aparece otro nombre clave en la historia, el de Jesús Muguruza. Pedro había confesado a su amigo íntimo el motivo de su desesperación, y le pidió que le diera una paliza a Javier. Jesús rechazó la propuesta, pero le dio el nombre de un sicario que liquidaba a gente por 25.000 euros.
Pedro, Jesús y Djillali se encontraron en una cafetería de Ocharcoaga, en Bilbao, en julio de 2018. “¿Vosotros matáis?”, le dijo Pedro al sicario, y le ofreció 25.000 euros para ejecutar su venganza. Unos días después los tres se desplazaron hasta Llanes y Pedro enseñó a Djillali la zona y cómo realizar el asesinato.
El 31 de julio, el sicario y su compañero de andanzas, Maamar, realizaron una primera ronda de reconocimiento. Esa misma noche realizaron un primer intento sin éxito, pero en el segundo no fallaron. El 16 de agosto, el pescador y concejal Javier Ardines fue golpeado y estrangulado hasta la muerte.
La muerte del concejal
Los sicarios sabían que cada mañana, a eso de las seis, Javier salía de su casa y se dirigía a Llanes para faenar. Ese era el momento propicio para hacerlo, todavía a oscuras y protegidos por el silencio. Para ejecutar su plan colocaron unas vallas metálicas de obra en el camino por donde pasaría la víctima, y se sentaron a esperar.
Javier salió a las 6 de la mañana, como estaba previsto, y al llegar a las vallas se bajó de la furgoneta para apartarlas. Es entonces cuando los sicarios, armados con un bate de béisbol y spray de pimienta que compraron en un chino por ocho euros, salen de su escondite.
Primero le rociaron con el spray, luego le golpearon en la espalda y, ya de rodillas, acabaron con su vida estrangulándole. Días después cobraron su recompensa. La Fiscalía pide 25 años para cada uno de los implicados, todos acusados de un delito de asesinato.