En apenas 12 días Ana Julia Quezada estranguló hasta la muerte al niño Gabriel, participó en las labores de búsqueda como una más, engañó reiteradamente a su pareja y padre del niño, y mintió descaradamente a la policía. La pillaron con el cadáver en el maletero del coche cuando iba a cambiarlo de sitio.
Ana Julia Quezada no es una persona como las demás, y se ha ganado un merecido lugar en el olimpo de los monstruos españoles. Junto a José Bretón y Tomás Gimeno, forma parte del club exclusivo de los peores psicópatas de nuestro país. Y la biografía de su vida ayuda a entender mejor la fría mentalidad de esta asesina.
Su historia arranca en un club de carretera cerca de Burgos y acaba en la cárcel de mujeres de Brieva (Ávila). Allí cumple una condena de prisión permanente revisable por el asesinato del niño Gabriel. Cuentan que cuando la cogieron sólo dijo para sí misma: “Cálmate, Ana, no vas a ir a la cárcel”.
En un club de carretera
Ana Julia Quezada nació en República Dominicana, donde pasó su juventud y tuvo a su primera hija, Ridelca. A los 18 años dejó su país para venir a España. La joven mulata recaló en El Carro, un club de carretera cerca de Burgos donde fue explotada sexualmente junto a otras mujeres extranjeras.
Allí conoció a Miguel Ángel, un camionero que se enamoró de ella y se la llevó a vivir con él. Poco después se quedó embarazada de su segunda hija, Judit, y se casaron. Él se partía el lomo trabajando con el camión y ella compaginaba su trabajo como sirviente doméstica con el cuidado de su hija.
En 1995 Miguel Ángel le propuso traer a Ridelca a España para sacarla de la miseria en la que vivía en su país. Solo cuatro meses después, el cuerpo de la niña aparece sin vida tirado en el patio de luces de la casa. El estado de nerviosismo de la madre hace que la policía ni siquiera llegue a sospechar de ella.
La sospechosa muerte de su hija
Solo con los años aquella muerte volverá a salir a la luz con detalles sospechosos que, de pronto, parecen encajar. Para saltar por la ventana, la niña había tenido que pegar una mesita a la pared, subirse a ella, abrir la doble ventana y saltar. Además, el cuerpo estaba en el suelo lejos de la pared.
Parecía evidente que alguien había empujado a la niña desde el séptimo piso de aquella vivienda en Burgos. Tiempo después, una amiga de Ana Julia recordaba como aquellos meses hablaba de la muerte de su hijo “como a quien se le ha roto un plato viejo”. Tras enterrar a su hija siguió casada, trabajando en una carnicería.
Tras el crimen que cambiaría su vida doce años después, la policía revisó el caso de Ridelca y cambió su versión. La hipótesis de que fue la propia Ana Julia quien arrebató la vida de su hija cogía peso, pero ya era demasiado tarde. Así que durante muchos años, Ana Julio siguió haciendo vida normal.
El infierno de su marido
La vida de Ana Julia y Miguel Ángel pareció dar un vuelco cuando él ganó 93.400 euros en la bonoloto. Pero la pareja se fundió el dinero en apenas cinco años, y entonces él empezó a encontrarse mal por unas extrañas fiebres. Los médicos no supieron dar un diagnóstico, y finalmente el paciente sobrevivió.
Esto coincide con la firma de un seguro de vida según el cual Ana Julia heredaba el 50% del dinero de su marido si este moría. Cuando Miguel Ángel se sobrepuso a la enfermedad, ella le anunció que ya no estaba enamorada y pidió el divorcio. El matrimonio acabó de forma traumática, con denuncias y peleas por la custodia.
Ana Julia acusó a su exmarido de malos tratos y le impidió ver a su hija durante cuatro años. En ese período, la dominicana había encontrado el amor en los brazos de un viudo enfermo propietario de un var. Javier, 16 años mayor que Ana Julia, murió dos años y medio después habiéndole dejado un suculento patrimonio.
De pareja en pareja
El matrimonio con Javier le reportó a Ana Julia una casa en República Dominicana y un seguro de vida de 35.000 euros. Javier murió en diciembre de 2012, ante las reiteradas negativas de sus hijos a que se casara con aquella mujer. Pero antes de morir, ella consiguió que firmara un crédito de 6.000 euros.
Con aquel dinero, Ana Julia se operó los pechos en una clínica estética y encandiló a otro hombre mayor llamado Juanma. No tardó en morir de un cáncer de garganta, circunstancia que ella aprovechó para llevarse 17.000 euros. Con esa suma se hizo otro retoque estético, y conoció a otro hombre de nombre Sergio.
Esta vez el amor de Ana Julia era más joven y ella se dispuso a empezar una nueva vida. Contactó con la abogada de su exmarido para ofrecerla la custodia de su hija Judit, que de pronto se había convertido en una carga. Y ella se instaló con Sergio en el cabo de Gata, donde regentaba el pub ‘Black’.
Ana Julia conoce a Ángel
Ana Julia convenció a Sergio para poner el local solo a su nombre, se separaron y ella se quedó con el pub dejándole a él en la ruina. Fue allí donde conoció a Ángel Cruz, el padre de Gabriel, con el que empezó una relación la Nochevieja de 2016. Nueve meses después se fueron a vivir juntos.
Gabriel pasaba los fines de semana con su padre, al que quería con locura. Pero en cambio la relación con su madrastra fue desde el principio muy tormentosa. Ana Julia desarrolló unos celos enfermizos hacia el niño y poco a poco fue elucubrando la macabra decisión de apartarlo para siempre de su padre.
El 27 de febrero de 2018, Ana Julia convenció al niño para que la acompañase a la finca familiar de Rodalquilar (Almería). Lo estranguló con sus propias manos y enterró ahí mismo el cadáver. Después se sumó a las labores de búsqueda durante doce días en los que mostró su verdadera faceta.
El triste final de la historia
La desaparición del niño Gabriel no tardó en atraer una atención mediática sin precedentes. Pero Ana Julia no perdió los nervios, mantuvo la cabeza fría e interpretó el papel de pareja fiel y principal apoyo de Ángel. Se puso la camiseta con la cara del niño, participó en las batidas y atendió a los medios con discreción.
Fue ella quien casualmente encontró la camiseta del niño en las labores de rastreo el 3 de marzo. Fue cerca de la casa de su última pareja, Sergio, del que Ana Julia dice a los investigadores que “no le gustan los niños”. La pérfida estrategia casi le funciona, pero la policía ya había empezado a sospechar de ella.
La tendieron una trampa, y la pillaron in fraganti trasladando el cadáver de sitio. Incluso en ese momento se inventó una historia intentando de alargar la gran mentira hasta el final. En una última muestra de frialdad, se dirigió a uno de los agentes que la custodiaba mientras cogía algo de ropa en su casa: “Tú me ayudas a escoger el tanga”.