Gemma Sánchez es una mujer española que cuando tenía 20 años fue víctima de un grave accidente de tráfico. Gemma acababa de terminar un examen de final de su curso de la facultad, y cuando se dispuso a cruzar una calle, un conductor se saltó un semáforo en rojo, la atropelló, se dio a la fuga y la dejó tirada en el suelo con múltiples lesiones. «En ese paso de peatones se quedó parte de mi juventud», afirma ahora, 23 años después de aquellos hechos.
Así lo ha explicado en una rueda de prensa celebrada el jueves, 18 de marzo, en la que el fiscal de Seguridad Vial, Bartolomé Vargas, ha anunciado un oficio para todas las policías de tráfico del país en el que se especifica cuáles son los supuestos en los que es obligatorio levantar atestados, en un intento por proteger mejor a las víctimas de los accidentes.
La historia de Gemma es una historia dura provocada, en este caso, por un conductor temerario que se saltó un semáforo, por lo que ella no cree que se le pueda llamar realmente accidente, igual que cuando los conductores que provocan el siniestro han bebido o consumido sustancias psicotrópicas.
Gemma vivió «muchísimo dolor» aquel día de hace 23 años, un dolor que le cambió la vida. Solamente el primer año tras el accidente tuvo que entrar en un quirófano hasta en quince ocasiones. El coche que la atropelló prácticamente le había triturado la pierna izquierda y le fracturó la arteria femoral, lo que la dejó postrada a una silla de ruedas durante los primeros cuatro años.
Pero más allá de lo físico, que también ha sido importante, el atropello le dejó también serias secuelas emocionales que, según ella, vivirán con ella hasta el día en que muera.
«La vida nos cambió para siempre, la intentamos normalizar, luchar por la violencia vial», explica Gemma, que cree que la mayoría de accidentes son evitables y que solo hay que cumplir con las normas de circulación para que no se produzcan.
Otras víctimas de accidentes de tráfico
Junto a ella, en la misma rueda de prensa, estuvieron otras dos víctimas de accidentes de tráfico que también contaron su historia. Una de ellas fue Susan, que no fue víctima directa del accidente, pero a quien ese día le destrozó la vida. Susan perdió a su hija de cuatro años cuando estaba cruzando un paso de cebra en Chile.
«Íbamos a comprar las velas para celebrar su cumpleaños. Fue en nuestro propio barrio, en una ciudad moderna con siete millones de habitantes, a tres cuadras de nuestra casa», explica Susan, que añade que su hija iba de su mano y dando saltos de alegría por cumplir años. «En uno de esos saltitos, un vehículo se saltó el paso de peatones y se la llevó por delante, la lanzó por encima de un árbol y falleció».
Como en el caso de Gemma, el conductor, que iba a 60 km/h, se dio a la fuga tras el accidente. Lograron dar con él, pero el castigo fue irrisorio para el dolor que había causado: el equivalente a 30 € de multa por no tener permiso de circulación y 30 días de retirada del carné.
Susan explica que durante mucho tiempo se culpó a sí misma por lo que había ocurrido, y se decía a sí misma que si no hubiera permitido a su hija ir dando saltos por la calle, ella todavía estaría aquí. Pero finalmente se dio cuenta de que la culpa no fue suya, sino de una persona que «la asesinó». «Fue una imprudencia muy grande, no fue un accidente», asegura.
Mar Cogollos es la directora de la Asociación para el Estudio de la Lesión Medular Espinal (Aesleme), y también fue víctima de un accidente de tráfico que la dejó en silla de ruedas. Mar pide que no se hable de accidentes, sino de siniestros, y considera que «a todos nos puede pasar» porque todos somos conductores, ciclistas o peatones.
Recuerda que el respeto de las normas y el uso de las herramientas de seguridad de las que disponemos, como el cinturón de seguridad, son de vital importancia para evitar estos accidentes, o en el caso de que se produzcan, para minimizar sus consecuencias.