Los expertos sanitarios llevan meses insistiendo en que algunas de las medidas más efectivas para prevenir el Covid-19 no dependen tanto de las autoridades como de la responsabilidad personal. Los gobiernos de todo el mundo han obligado a implementar medidas de seguridad extraordinarias para evitar los contagios de Covid-19 que, con el tiempo, se están demostrando muy efectivas a pesar de que todavía hay personas reticentes a cumplir con ellas.
El último ejemplo nos llega desde un gimnasio en el estado de Virginia, en Estados Unidos, donde uno de sus entrenadores contrajo el Covid-19, y sin saberlo, expuso a otras 50 personas dentro de ese mismo gimnasio a un posible contagio que finalmente no se produjo.
Los gimnasios son algnos de los lugares que han tenido que implementar más cambios para cumplir con las medidas de protección contra el Covid-19, ya que habitualmente son espacios cerrados y no excesivamente grandes, por lo que se puede llegar a juntar muchas personas que, además, están haciendo deporte, por lo que su respiración también es más fuerte que en otros lugares, lo que aumenta la exposición a un posible contagio.
Por esa razón, la mayoría de locales del sector han adoptado medidas para cumplir con las limitaciones de aforo, para mejorar la ventilación y garantizar la distancia personal entre los usuarios. Algunos negocios se han dedicado a, simplemente, cumplir con lo legalmente requerido, mientras que otros han decidido realizar una gran inversión que vaya un poco más allá y permita a los deportistas sentirse más seguros haciendo deporte.
Este fue el caso del gimnasio 460 Fitness, situado en la ciudad de Blacksburg. La 'CNN' ha hablado con Velvet Minnick, la dueña del local, para conocer cómo puede ser que un monitor contagiado con Covid-19 estuviese con otras 50 personas y no contagiase a ninguna, cuando el coronavirus es altamente contagioso y ha paralizado el mundo desde el mes de marzo.
Cambios en la ventilación y nuevas normas de distanciamiento
Velvet explicó que, después de que los gimnasios fuesen cerrados durante el confinamiento, se puso en contacto con una amiga suya, Linsey Marr, que es profesora de Ingeniería Civil y Ambiental de la Universidad Virgina Tech. Marr asegura que «sabía que el virus se transmitía principalmente a través del aire» y pensó que el local debía tener una «buena ventilación» para evitar riesgos innecesarios cuando volviesen a abrir.
Así, Marr trazó un plan que Velvet Minnick plasmó después en sus instalaciones para mejorar su seguridad higiénica: se aumentó la distancia de seguridad de 2 a 3 metros entre clientes, se crearon puestos para clientes cerca de las puertas y se señalaron con una cinta naranja. Cada uno de estos puestos tenía todo lo necesario para cada usuario, de manera que, una vez dentro, el cliente podía hacer ejercicio sin necesidad de salir a buscar nada más. Además, se prohibió que los clientes circulasen de forma libre por todo el gimnasio y se impidieron realizar entrenamientos por parejas o con más gente.
«Hice los cálculos sobre cómo de grande era el espacio, las velocidades típicas del viento en el área y con todas las puertas abiertas», explica Linsey, que tenía el objetivo de saber exactamente cómo sería la ventilación del local.
El hecho de tener las puertas abiertas hace que el gimnasio ya cumpla con las recomendaciones de la Sociedad Estadounidense de Ingenieros de Calefacción, Refrigeración y Aire Acondicionado, pero además instalaron un monitor de dióxido de carbono para medir la cantidad de dióxido de carbono que los deportistas exhalan durante sus prácticas, y así conocer «la cantidad de virus que se pueden estar acumulando en el aire».
Ya en septiembre, con el gimnasio abierto, uno de los entrenadores del gimnasio empezó a sentirse mal y se hizo una prueba para coronavirus que dio positivo. La dueña del local contactó con las 50 personas que habían coincidido con él en el gimnasio para informarles de la situación, pero además hizo un seguimiento de los clientes para saber si se habían contagiado: todos dieron negativo.
Así, este gimnasio demuestra que con tener todas las ventanas abiertas y mantener una distancia de seguridad entre los clientes se pueden evitar situaciones de riesgo que provoquen grandes brotes que acaben descontrolándose. De hecho, el local sigue con las ventanas completamente abiertas a pesar de que en la zona ya han descendido las temperaturas con la llegada del otoño.