Tomás Gimeno pasará a la historia de la crónica negra en España como el monstruo más despiadado. La gente de su entorno sabía de su carácter narcisista y violento. Pero le vieron capaz de secuestrar a sus dos hijas, matarlas y hundirlas en el mar.
Beatriz Zimmermann, la madre de Anna y Olivia, siempre creyó que las niñas aparecerían con vida tarde o temprano. Veía a su marido como un machista egocéntrico, pero no como un asesino. Ese fue el gran engaño de Tomás Gimeno, “que no podíamos imaginar”.
Según el entorno del parricida, “sabíamos que era inmaduro, narcisista, machista, egocéntrico, pero no pensábamos que podía ser también un monstruo”. “Que fuese así no hacía pensar que era un monstruo, ni mucho menos”, señalan.
En Tomás Gimeno había rasgos que hacían sospechar sobre su capacidad de cometer actos atroces. Pero nadie de su entorno le creyó capaz de llegar tan lejos. Además, los casos de violencia vicaria existen pero no suelen acabar de una forma tan trágica.
Siempre creyeron que estaban vivas
Según el representante de la familia y presidente de SOS Desaparecidos, Joaquín Amills, “no todos los que se llevan a sus hijos lo hacen con la intención de asesinarles”. Cada año hay unas 350 sustracciones de menores por parte de sus padres en España, pero la mayoría acaban bien.
No es el caso de Anna y Olivia, las dos niñas de 1 y 6 años que su padre secuestró y mató para castigar a su madre. Después de la desaparición, los psicólogos recomendaron a Beatriz escribir cartas “pensando en todo momento que estaban siendo cuidadas”.
Para mantener la fortaleza, la madre de las niñas siempre pensó que estaban vivas y que su padre las devolvería tarde o temprano. “Con el objetivo de que el secuestrador diese un paso atrás, tuvimos que ser muy discretos y prudentes”, desvela Amills.
Siempre partiendo de la base de que las menores estaban vivas, su estrategia pasaba por buscar una intermediación: “No podíamos generar un enfrentamiento”. Optaron para apelar al corazón de Tomás, con el fin de recuperar a las niñas. Pero este tenía otros planes con un trágico final.
Un último gesto de crueldad
“Que Tomás Gimeno se había llevado a sus hijas para matarlas es algo que nadie se podía imaginar”, asegura Amills. En su opinión, “nadie piensa que una persona tenga esa maldad, y eso nos hizo estar más convencidos que nunca de que las niñas estaban bien.
Luego se desveló que cada paso dado por el asesino desde el 27 de abril tenía un solo objetivo, hacer el máximo daño posible a Beatriz. Lo planeó todo al detalle para alargar este sufrimiento hasta la eternidad, ya que su plan era que las niñas no aparecieran nunca.
En su crueldad infinita, Tomás Gimeno hizo grabar un audio a la hermana mayor para su madre. Quería que fuera un último recuerdo para Beatriz, mientras esta se hundía en la desesperación. No contaba con que el cuerpo de la hermana mayor aparecería de milagro.
Un plan frustrado y una incógnita
De alguna forma, la aparición del cadáver de Olivia frustró el maquiavélico plan de Tomás Gimeno y dio algo de paz a la madre de las niñas. Al final, él quedará a ojos de todos como el monstruo que siempre fue y que durante un tiempo consiguió disimular.
Antes de cometer el crimen, Tomás cambió el coche de nombre, dejó dos tarjetas de crédito con sus claves y a su perro en casa de sus padres. A su novia le dejó un sobre con dinero y una carta de despedida. Lo tenía todo pensado, y por eso hay que descartar que fuera objeto de un brote psicótico.
Una vez cerrado el caso, la principal hipótesis es que Tomás Gimeno mató a sus hijas después de grabar un último audio de las niñas para Beatriz. Fue en su finca donde las asfixió y metió sus cuerpos en bolsas de deporte. Luego se dirigió hasta el puerto.
El parricida lanzó las bolsas al mar con el ancla, con la intención de que nunca fueran encontradas. Luego se quitó la vida, aunque no se sabe si formaba parte del plan o lo hizo de forma improvisada. Su cuerpo, seguramente, nunca aparecerá.