El coronavirus irrumpió hace un año en nuestras vidas y ha traído cambios que la mayoría de nosotros jamás imaginamos que nos tocaría vivir. Los meses de marzo y de abril del 2020 fueron probablemente los más duros, porque supusieron un confinamiento domiciliario estricto que nos impidió salir de casa salvo para trabajar —en aquellos sectores esenciales que pudieron seguir prestando sus servicios—, para ir a comprar productos básicos y para acudir al médico.
La situación mejoró a partir de mayo, con una apertura progresiva de la economía y de la vida, en general, aunque desde entonces se han vivido dos olas más con muchas restricciones e incluso confinamientos perimetrales. A pesar de ello, de momento, no se ha vuelto a repetir el confinamiento domiciliario de aquellos primeros meses, aunque han sido varias las autonomías que lo han querido aplicar y que otros países de nuestro entorno sí han impuesto, algunos varias veces.
Pero no todo el mundo ha tenido la 'suerte' de volver a tener cierta 'normalidad' durante la pandemia. Hay personas, que por su condición de situación de vulnerabilidad y riesgo ante el coronavirus, se han visto obligadas a permanecer confinadas en sus casas durante meses, y algunas de ellas cumplirán pronto un año de encierro sin que la situación parezca que vaya a solucionarse a corto plazo.
Este es el caso del padre de Elia, una niña de nueve años de Campo de Criptana, en Ciudad Real, que aunque ella no pertenece a un grupo de riesgo, sí lo hace su padre, que tiene problemas de inmunodeficiencia. Esto ha provocado que Elia Sotolongo haya decidido prácticamente 'autoconfinarse' en casa, en un acto solidario con la intención de proteger a su padre.
Elia estudia desde su casa, y solo sale para acudir a las clases de violín del conservatorio, una de sus mayores aficiones y una de las pocas excepciones que hace a su confinamiento. Otras excepciones son salir a dar paseos o «escalar montañas» en los alrededores de los molinos que rodean su pueblo, y que no suponen actividades de riesgo al ser espacios al aire libre y sin otras personas cerca.
Según ha explicado Elia en 'RTVE', las clases 'online' las está llevando bien, pero echa de menos a sus amigos y a los profesores, porque «estar en una videollamada no es lo mismo que estar con ellos». En ese sentido, la niña ha asegurado que, cuando se pueda, lo primero que va a hacer en la calle será «una gran fiesta celebrando todos los cumpleaños que nos hemos perdido con amigos, familiares...».
Solo sale en horas de poca gente en la calle y para sus clases de violín
Para poder soportar un encierro de estas características, Elia sí que sale de casa para acudir a sus clases de violín, pero el resto de tiempo lo pasa con sus padres. Con ellos ha adquirido varias aficiones, como ver series con ellos, construir una «ciudad de juguete» y el gusto por todo el universo Harry Potter. Además, Elia ha descubierto una nueva afición, la escritura: «Escribo historias que a veces me imagino por las noches o que se me ocurren sin pensar y que me gustaría que pasaran», explica la pequeña.
Otra las excepciones para superar el confinamiento es salir de casa cuando no hay mucha gente en la calle para pasear o escalar «pequeñas montañas». Y todo para proteger a su padre, Rey, que nació con problemas de inmunodeficiencia y cuyo tratamiento llega a España cada dos años. De hecho, en 2020 debía inyectarse de nuevo el tratamiento, pero no pudo por la pandemia, así que todavía tiene que extremar más sus precauciones.
Ante esta situación, los padres de Elia tuvieron que «batallar» con el gobierno de Castilla-La Mancha para poder escolarizar a la niña en casa, y para ello contaron el apoyo del propio colegio.
Rey, por su parte, ha pasado gran parte del tiempo que lleva confinado en hacer fotos. Él es fotógrafo, y como ahora está confinado en su casa, ha dedicado su tiempo a fotografiar el confinamiento de su hija, con la intención de publicarlas junto a un libro que explique su situación.