Muchas especies salvajes, que colonizaron gran parte de los espacios urbanos durante el confinamiento social por el coronavirus, emprenden ya el éxodo de la ciudad al campo, con la vuelta de los animales a sus áreas originarias de recreo.
La vuelta a la normalidad no llevará implícita una ‘confrontación’ animal-hombre, ya que la fauna ha aprendido, a lo largo de generaciones, que no tiene ninguna posibilidad ante un enfrentamiento directo. Durante el confinamiento, grandes mamíferos, como por ejemplo los jabalíes, que ya se encontraban de manera habitual en muchos entornos peri-urbanos e incluso urbanos, han gozado de una tranquilidad que les permitió explorar áreas nuevas muy cercanas al ser humano.
Las urbes suponen un gran impacto en la fauna
José Antonio Molina añade que el confinamiento ha propiciado una disminución de la contaminación del aire de los suelos y del agua, y, con ello, un aumento de la salud medioambiental y de la biodiversidad: «No podemos obviar la existencia de enfoques actuales basados en la idea que la salud de los humanos y la de los ecosistemas están relacionadas».
A su juicio, no influirá tanto la presencia del hombre y de sus actividades en la ciudad, como la existencia en las urbes de flora autóctona, vegetación a varias alturas durante todo el año y un gran entramado verde a modo de red, desde el que puedan desplazarse los insectos a cualesquiera otros puntos urbanos.
Más biodiversidad que otras primaveras
En este punto el profesor incide en que los espacios verdes urbanos deben facilitar la existencia de un mayor número de refugios y alimento para la fauna, sin excesivos arreglos y cuidados, además de contar con otras fechas de siega y poda para no interrumpir los ciclos naturales, tan beneficiosos para insectos y animales.
Plantas en los resquicios
Para José Antonio Molina, experto y profesor de Ciencias Biológicas de la Universidad Complutense de Madrid, la cuarentena de la población por la pandemia ha facilitado que la «naturaleza recupere espacio en los ecosistemas urbano-industriales», y esto, probablemente, se perciba más tras la salida del confinamiento.
En el entorno urbano, Molina observa que las plantas cultivadas por el hombre en parques y jardines, junto con las silvestres (conocidas como “malas hierbas”) han ocupado múltiples resquicios en la ciudad, algo que no hubiera ocurrido de haber continuado los humanos con sus actividades cotidianas, entre ellas la de controlar el crecimiento o eliminar esa vegetación espontánea.
Si lo que queremos ahora y en el futuro es mantener un alto grado de presencia de la biodiversidad en el entorno urbano, debemos dejar la vegetación, en la base de la pirámide trófica, un poco más libre y ser menos exigentes con su ‘descontrol’, concluye Molina.