«Puede que le dejáramos de lado. Sabía disfrutar de la vida, aunque a veces se llevaba por delante muchas cosas». Es la reflexión de Rocío al saber que su tío, Celestino Hernández González, falleció hace un año a causa del coronavirus. Su caso es el de decenas de españoles víctimas de la pandemia a los que nadie echó de menos.
El de Celestino fue uno de los 59 cadáveres almacenados en la morgue del Instituto de Medicina Legal que nadie reclamó. La Comunidad de Madrid les dio sepultura en el cementerio de Carabanchel, y allí descansa ahora este hombre nacido el 22 de diciembre de 1942 en Fresnedillas de la Oliva y fallecido el 8 de abril de 2020 en la Residencia Orpea de Collado Villalba.
En el último pueblo donde vivió Celestino, Navas del Rey, nadie se acuerda de él. Su única familia sigue viviendo en Fresnedillas de la Oliva, pero desconocían que el hombre había muerto hace un año. Al saber la noticia, recordaron la vida de Celestino Hernández para tratar de entender por qué murió solo y en el olvido.
Los padres de Celestino, Victoria y Celestino, eran ganaderos, y pasó su infancia en el campo junto a su hermano Pepe, que ya ha fallecido, y sus hermanas Carmen y Mari Luz. Su primero hermano Marías cuenta que él no quería ser cabrero como sus padres, y emigró a Bilbao para trabajar en los Altos Hornos.
Celestino tuvo dos hijos, César y Ana, pero perdió a su esposa con apenas 40 años. Hasta entonces era un hombre muy divertido que alegraba a todos con sus chistes y anécdotas. Pero la muerte de su esposa le cambió. Rocío cuenta que empezó a distanciarse de su familia, aunque mantuvieron sentimientos positivos por ambas partes.
Hace un año, su hermana Mari Luz veía con angustia los estragos de la pandemia en la televisión, pero ni se le pasó por la cabeza que su hermano pudiera estar entre los muertos. Al conocer la noticia, hace unos días, recordó con lágrimas en los ojos la última vez que lo vio con vida, «hará 12 o 14 años».
Ahora se lamenta por el tiempo perdido: «No hemos hecho bien las cosas, y ahora no tiene solución. Ahora ya sabemos que ha muerto, pero tenemos interés en recuperar el cuerpo». Mari Luz tiene ahora 74 años y cree que aunque lo hubieran intentado no hubieran podido cambiar la vida de Celestino. Como Rocío, Mari Luz cree que buscó su propia vida. «Quiero creer que ha estado a gusto», se consuela. Pero también le hubiera gustado cambiar el final: «Yo me siento mal por haberme enterado así, tanto tiempo después».
Celestino murió en la residencia Orpea Collado Villalba. Allí dicen que no sabían que tenía familia, y Mari Luz se muestra extrañada por eso: «¿Llega alguien y le meten ahí sin unos datos de la persona?», se pregunta. Su caso es el de muchos otros ancianos que murieron en condiciones lamentables en las residencias de Madrid.
La Comunidad de Madrid reconoce que en la residencia donde él murió perdieron la vida otras 35 personas por coronavirus. Esto supone el 20% de las plazas que tiene el geriátrico. Esta residencia encabeza el ranking de centros multados por la Comunidad de Madrid entre 2015 y 2020: 16 ocasiones en total, por personal insuficiente, deficiencias y falta de un sistema de fichaje y control de personal.
Últimas palabras de Mari Luz a su hermano
La familia ya ha iniciado los trámites para recuperar el cuerpo de Celestino, que después de casi toda una vida lejos podrá descansar cerca de los suyos. Entre los remordimientos y el dolor, Mari Luz ha sacado fuerzas para escribir una última carta a su hermano.
«Querido Cele», le escribe, «desde antes de nacer ya eres especial. Sabes que a madre le costó mucho volver a tener hijos después de la pérdida de dos. Muchas veces pienso que ese fue el motivo por el que te consintieron más que al resto de los hermanos y quizá eso marcó tu forma de ser».
A pesar de haber pasado tantos años separados, Mari Luz le dice que ha pensado mucho en él: «Nunca entenderé por qué te apartaste tanto de tu familia. Mi único consuelo es que el camino de la vida que elegiste, en el que no entrábamos nosotros, te hiciera feliz. A pesar de que renunciaras voluntariamente a ser padre, hermano, hijo».
Y recuerda el momento en el que se enteró de su muerte: «Nunca pensé que fuera así. He llorado mucho viendo las imágenes de los que se iban yendo este último año, sin saber que también te lloraba a ti. Ahora ya no sirven de nada los reproches. Me quedaré con los buenos recuerdos que vivimos como hermanos».
Mari Luz concluye con un último beso a su hermano, lleno de esperanza: «Deseo que te hayas reunido con padre, madre, nuestro hermano Pepe. Ellos ya te habrán regañado. Allí arriba espero que tengamos una segunda oportunidad».