El 30 de abril de 2002, Déborah Fernández, una viguesa a punto de cumplir 22 años, desapareció misteriosamente. Su cuerpo desnudo, sin vida, apareció diez días después a 40 kilómetros de distancia. Empezó entonces una investigación llena de errores y negligencias que, veinte años después, va camino de dejar el crimen sin resolver.
Si nada lo remedia, en 2022 prescribirá el caso y el asesino seguirá libre. Los abogados de la familia de Déborah trabajan a contrarreloj para demostrar que la muerte de la joven fue un crimen, y no un fallecimiento accidental como decía la autopsia practicada hace veinte años.
Déborah Fernández vivía con sus padres, Rosa y José Carlos, y su hermana Rosa, y tenía dos hermanos más que se habían independizado. Era estudiante de diseño gráfico y llevaba una vida de lo más normal: hacía ejercicio, era aficionada a todo tipo de artes, le gustaba estudiar y contaba con un grupo de buenos amigos.
La mañana en la que desapareció, Débora acudió a la escuela de diseño para atender unas clases de refuerzo, ya que quería subir nota en un examen. Después fue a la peluquería para depilarse, y allí contó que tenía una cita. Llegó a su casa a las tres de la tarde y, después de comer, se metió en su habitación para conectarse a Internet. Su prima Nuria la llamó para quedar, pero Déborah rechazó porque dijo que tenía otros planes.
A media tarde, Déborah volvió a salir de su casa con ropa de deporte y sin documentación, ni el teléfono, ni dinero encima. Su prima Nuria fue a su encuentro y habló con ella. Déborah le insistió en que no podía quedar esa noche, y se despidieron. Eran las 20.45, y la joven estaba a solo diez minutos de su casa a pie.
Lo que pasó entre ese momento y el fallecimiento de Déborah sigue siendo uno de los mayores misterios de la crónica negra en España. Durante todos estos años, varios testigos aseguraron haber visto a Déborah en aquella zona a aquellas horas, pero siguen faltando pistas que lleven al posible autor de los hechos.
Investigación llena de errores
El caso ha sido archivado hasta en quince ocasiones a lo largo de todo este tiempo, pero una petición de revisión en noviembre de 2019 lo ha reabierto. La investigación se centra ahora en los testigos que pudieron haber visto a Déborah aquella noche, pero el caso sigue lleno de incógnitas debido a una cadena de errores en la fase de instrucción inicial.
Uno de ellos tiene que ver precisamente con el testigo que declaró haber visto a la chica en la zona donde se perdió. A pesar de haber detallado la localización, la policía no solicitó las cámaras de seguridad o de control de tráfico para seguir el rastro de la víctima.
La familia sospechó desde el primer momento que algo extraño había pasado, ya que la chica había salido en chándal, sin móvil y sin dinero. Sin embargo, la policía entendió que Déborah, al ser mayor de edad, podría haberse marchado voluntariamente. Allí se perdió un valioso tiempo para encontrar pistas que llevaran hacia ella.
La policía buscó luego por montes cercanos a Vigo y por las playas. Diez días después, una vecina de Portecelo, un pueblo a 40 kilómetros de Vigo, encontró un cuerpo desnudo en una cuneta, en la única recta de una carretera llena de curvas. Todo parecía indicar que alguien había puesto el cuerpo allí para que lo encontraran pronto.
Un asesino inteligente
La escena del crimen había sido meticulosamente preparada por el asesino, que desde el primer momento demostró ser más inteligente e ir un paso por delante que la policía. Bajo el cuerpo de Déborah había un cordón de color verde, y junto a él un pañuelo de papel y un preservativo. Parecía raro que alguien hubiera dejado el cadáver allí con todas las pruebas a la vista, lo cual levantó sospechas desde un principio.
Uno de los encargados de la investigación recorrió a pie los márgenes de la carretera para comprobar si era una zona frecuentada por parejas, pero no encontró nada. Además, el cuerpo no tenía síntomas de agresión sexual, pero en la vagina había semen, lo cual indiciaba que había tenido una relación sexual consentida antes de fallecer.
Otra cosa extraña es que la fauna cadavérica hallada en su cuerpo no coincidía con la de una persona fallecida ocho o diez días antes. Lo cual hace pensar que el asesino guardó durante varios días el cuerpo en un lugar cerrado, en condiciones que evitaron la descomposición.
El único sospechoso hasta ahora
Tras investigar el entorno cercano de Déborah, la policía llegó hasta el primer novio de la chica, un hombre cuyo nombre no ha trascendido y con el que tenía planes de boda. En los últimos meses su relación se había enfriado. Al ser preguntado por la policía negó haber visto a Déborah, aunque en el registro telefónico consta que habían hablado el día de los hechos.
El sospechoso dijo que había estado jugando un partido de fútbol, pero nadie puede corroborarlo. Además, un par de meses antes de su desaparición, Déborah confesó que había recibido mensajes amenazantes de una mujer desde Argentina, el país donde el sospechoso pasaba largas temporadas por cuestiones de trabajo.
La pista que podría haber resuelto el caso llegó en uno de los primeros interrogatorios al sospechoso. Uno de los agentes sintió un fuerte olor a podrido que salía del maletero del coche, y al ser preguntado por eso respondió que había olvidado una caja de langostinos. La policía dio por buena la explicación, hasta el punto de que no revisaron el vehículo hasta ocho años después: por entonces ya estaba absolutamente limpio.
La autopsia realizada en 2022 no ofrecía evidencias concluyentes sobre la causa de la muerte de Déborah, pero dejaba abierta la puerta a un fallecimiento súbito. Una razón más para que la policía dejara de investigar. Ahora, la familia de Déborah mantiene la esperanza de que nuevos testigos y pruebas ayuden a resolver el caso y den con el autor del crimen de la joven.