19 de febrero de 2008. En un piso turístico de Barcelona aparece muerta Ana María Páez, una diseñadora de moda de 35 años. Está desnuda, con una bolsa de plástico en la cabeza y tumbada en el sofá de un loft que se alquila para encuentros sexuales. Todo parece indicar que se trata de un crimen sexual, o de un juego sádico que se le fue de las manos.
Pero en la escena del crimen hay cosas que no cuadran y, además, en la reserva de la habitación consta el nombre de Ana pero con una dirección que no es la suya. Su pareja, Carlos, no reconoce esa dirección. Pero cuando los investigadores acuden hasta ahí, ven que llegan cartas a nombre de Ana. Son facturas y créditos. Mientras, llegan los resultados de la autopsia: la víctima tiene semen en la boca y en la vagina. La teoría de la doble vida gana peso, pero hay que seguir tirando del hilo.
Para llegar hasta su asesino, los investigadores reconstruyen las últimas horas de Ana con vida. El día de la desaparición, Ana fue a trabajar, salió a las 19.30, y llamó a su novio para decirle que iba a acompañar a una amiga para ver su piso y a cenar con ella. Pero no volvió, y él y sus padres denunciaron la desaparición. Su amiga reveló un dato interesante: Ana había cancelado la cita con una llamada extraña. No parecía ella.
La investigación se centra en los créditos y seguros que han encontrado en su casa y que tanto su pareja como sus padres desconocen. Al rastrear sus movimientos bancarios se dan cuenta de que el mismo día de la desaparición, sacó 600 euros del banco. Poco después hay otro reintegro, de 120 euros. Al acceder a las imágenes del banco, ven la imagen de una mujer que no se parece a la víctima. Carlos, su pareja lo confirma: no es Ana, sino su jefa y la persona con la que había quedado para cenar.
Se trata de María Ángeles Molina, a la que todos llaman Angie. Angie es jefa de Recursos Humanos de la empresa donde trabaja Ana María Páez, y tenía alquilado un piso en una zona alta de Barcelona donde vivía con su hija. Mantenía una relación con un empresario adinerado, y a lo largo de su vida había estado relacionada con gente de mucho dinero. Angie conducía un Porsche y le gustaba aparentar.
Cuando es interrogada dice que el día de los hechos fue a Zaragoza a recoger las cenizas de su madre. Parece una coartada fiable, pero no entienden qué hacía en el cajero automático sacando dinero a nombre de Ana. Además, hay un seguro de vida de 150.000 euros, a nombre de Ana María Páez, cuya beneficiaria no sabe quién es y había perdido el DNI hacía tiempo. Cuando los agentes empiezan a estirar del hilo descubren 12 pólizas de seguro por valor de un millón de euros y cuatro créditos, todo a nombre de Ana.
Caza a la principal sospechosa
Angie se convierte en la principal sospechosa. Todo apunta a una suplantación de identidad, pero no tienen claro si ella es la asesina, ya que en el cuerpo de la víctima había aparecido semen. Los agentes vigilan día y noche a Angie, y deciden pararle una trampa. Carlos, la pareja de Ana, se cita con ella y le dice que la policía tiene su imagen en las cámaras de seguridad del banco. Ella se pone nerviosa y vuelve rápido a su casa, donde es detenida.
Cuando registran su piso descubren una botella de cloroformo y búsquedas en internet sobre cómo dormir a un animal con cloroformo y cómo falsificar un certificado de defunción. En la funeraria de Zaragoza confirmaron que su madre había muerto un año antes, así que la coartada de Angie quedó descartada. Y cuando revisan su ubicación con el teléfono el día del crimen, la sitúan en la misma zona del piso donde fue encontrada Ana sin vida.
Solo quedaba una incógnita por resolver: el semen en el cuerpo de la víctima. En los registros telefónicos encuentran el número de un local de gigolós en Barcelona. Los trabajadores del local confirman que Angie había acudido allí para pedir que dos hombres eyacularan en dos botes. Los análisis demostraron que el semen hallado en Ana era el de los dos trabajadores sexuales. Cuatro años después se celebró el juicio y María Ángeles Molina fue condenada a 22 años de cárcel.
Otro crimen en Canarias 11 años antes
La historia de Angie comienza 11 años antes en Maspalomas, Gran Canaria. El 22 de noviembre de 1996, el empresario argentino Juan Antonio Álvarez murió repentinamente en su chalet tras jugar un partido de padel. La policía concluyó que se trataba de un suicidio, ya que hallaron una substancia tóxico en su organismo.
Pero cuando Angie cayó por el asesinato de Ana María Páez saltaron todas las alarmas: en el momento de su muerte, Juan Antonio Álvarez estaba casado con María Ángeles Molina. Tras la muerte de su marido, Angie se llevó cuarenta millones de pesetas en herencia y venta de acciones y propiedades. Incluso intentó convencer a los investigadores de que había tomado el veneno por error, ya que el seguro de vida no cubría el suicidio.
El caso fue reabierto en 2016, aunque se cerró de nuevo en 2018. En cualquier caso, el crimen de 1996 cierra el círculo del asesinato de Ana Páez. A Angie le gustaba llevar un tren de vida alto. Presumía de coches caros y tenía una colección de ropa de lujo y bolsos de Louis Vuitton que haría marear a cualquiera.
Angie venía de una familia humilde, pero siempre quiso aparentar más de lo que era. Por eso, cuando empezó a arruinarse, buscó la manera de volver a recuperar lo perdido. Y encontró la oportunidad en Ana Páez. Queda, como triste epitafia de esta historia, la frase que le dijo Angie a una agente de policía mientras registraban su piso: «Tú nunca tendrás un porsche como el mío».