La venganza es un plato que se sirve mejor frío. Una vez desaparecido Carlos Falcó nada impide a su hija Tamara, futura titular del marquesado, desquitarse de Esther Doña, la que fuera la última pareja de su difunto padre.
De momento solo el obligado confinamiento impuesto por la crisis del coronavirus permite a la ex-modelo malagueña seguir residiendo en el palacio de Aldea del Fresno en el que convivió junto al Marqués de Griñón.
Cuando la situación se normalice deberá hacer las maletas y mudarse. Tres son las opciones que se le plantean:
- La primera es trasladarse a un piso de alquiler en el barrio de Chamberí que antes pagaba su marido.
- La segunda es esperar a que alguno de los inquilinos de las dos residencias de su propiedad en la localidad de Majadahonda decida abandonarlo para que ella pueda instalarse allí.
- La última es regresar con el rabo entre las piernas a la capital de la costa del sol, a la casa familiar.
Una enemistad que viene de lejos
Que la relación entre la hija del marqués e Isabel Preysler y Esther Doña no era todo lo fluida que debiera ser era algo que se intuía desde hacía tiempo por las declaraciones de la primera: «Nos tratamos poco. Con quien me veo y comemos una vez a la semana si podemos es con papi», o también: «Hemos dado muchas oportunidades.»
Con este «hemos» Tamara Falcó insinuaba que no solo era mala su relación con Esther, sino que tampoco ninguno de los otros cuatro hijos del marqués -Manolo, Sandra, Duarte y Aldara- congeniaron nunca demasiado bien con su madrastra.
Adiós al tren de vida de una aristócrata
Después de casarse con el Marqués de Griñón, Esther Doña se habituó a una vida de lujo y glamour que ahora puede haber perdido para siempre.
Viajar en primera clase, acudir a grandes restaurantes, ser invitada a exclusivas fiestas privadas de la alta sociedad madrileña o recibir jugosas ofertas para ser la imagen de algunas prestigiosas marcas pueden ser solo algunas de las cosas a las que podría tener que renunciar la malagueña en un futuro próximo.