Estos días, muchos españoles se pondrán frente a la pantalla para atiborrarse de series de Netflix. Pero no hace tanto que todas las series y películas que podíamos ver eran las que ponían en la tele, y todos los años, por Semana Santa, nos hartábamos de ver las mismas películas como el gran clásico «Marcelino, pan y vino».
Quién no recuerda aquella mítica escena con el crucifijo de la pared encarnandose en Jesús ante la mirada atónita de un niño angelical. Muchos españoles lloraron con Marcelino, pero su fama también atravesó fronteras y la película fue laureada en festivales internacionales como el de Berlín o el de Cannes.
El alma de aquella película era Pablito Calvo, un nombre desconocido hoy para mucho pero que fue niño prodigio en la España en blanco y negro. Pero como sucedió con otros mitos de aquella época, la biografía de Pablito Calvo pasa de las tempranas mieles del éxito a las llamas del infierno adulto, hasta que murió, con 51 años, hace ya más de dos décadas.
Su irrupción fue menos lucida que la de otros niños prodigio, como Joselito o Marisol. Aquel infante, nacido en 1948 en una humilde familia madrileña, no era especialmente dado al canto o al baile, pero su abuela, llena de ilusión, le cogió de la mano y le llevó a un casting en el que buscaban «niños con cara de santo».
Era aquel un país de posguerra que en los años cincuenta despertaba de la pesadilla de la guerra civil bajo el manto del nacionalcatolicismo. En aquel contexto, un cineasta húngaro, Ladislao Vajda, buscaba su primera gran éxito en la gran pantalla con una adaptación del cuento de José María Sánchez Silva, «Marcelino, pan y vino».
Así se convirtió Pablito en Marcelino, un niño que vivía en un monasterio y que asistía a la resurrección de Cristo crucificado. El mismo Jescucristo que al final de la película se llevaba a Marcelino al otro mundo para que pudiera ver a su madre. Un final dramático que en aquella España sugestionada hizo correr lágrimas y lágrimas.
De la fama al olvido
La película adquirió tanta popularidad que Pablito fue recibido por el mismísimo Papa de Roma, Pío XII. El niño fue recibido con honores por la guardia suiza y llevado en volandas hacia la Sala del Trono Papal, donde el Papa le acogió en audiencia privada obsequiándolo con un rosario que lució después en su primera comunión.
Muchos años después, Pablito contó que le pagaron unas 5.000 pesetas para actuar en la película pero que se lo había pasado muy bien. «Para mí era como jugar, obedecía cuanto me pedía el director, estuvimos en los estudios de Chamartín de Madrid y en varios pueblos», recordó en una entrevista.
Tras el éxito de «Marcelino, pan y vino», Pablito rodó otras películas importantes como «Mi tío Jacinto» y «Un ángel pasó por Brooklyn». Como pasó con otros niños prodigio, el paso a la adolescencia y la edad adulta le hizo perder su carisma y el tiempo puso fin a aquel éxito que le había sacado a él y a su familia de la miseria.
Casado y con un hijo
Fuera de los focos, Pablito siguió adelante estudiando una carrera de Ingeniería Industrial, y fue regente de un negocio de calefacción. Desde su lucha diaria por ganarse el pan asistía a la irrupción de aquella España de la Transición que se iba olvidando progresivamente de los mitos del franquismo, y entre ellos aquel clásico de Marcelino que quedó solo como la reposición de turno en los días de Semana Santa.
A principios de los setenta, Pablito conoció a Juana Olmedo, mujer con la que se casó y con la que abrió un negocio de moda y después de hostelería. Juntos tuvieron un hijo, Pablo, con el que se trasladaron a vivir a Torrevieja, Alicante. Allí pasó sus últimos años, vendiendo inmuebles y tratando de convivir con el olvido y el anonimato.
La noche del 1 de febrero, el niño que hizo llorar a toda una generación sufrió un aneurisma cerebral acabó con su vida. Le faltaban pocos días para cumplir 52. Su mujer le recordó «no como un actor, sino como el hombre que me hizo feliz durante veintitrés años». Pablito murió siendo consciente de haber marcado a toda una generación, aunque como él mismo confesó, ya hacía muchos años que ni él mismo miraba la película.