Esta semana Noelia López y José Antonio Reyes cumplirían dos años de casados, sin embargo, hace apenas unas semanas un accidente puso fin a la vida del futbolista dejando huérfanos de padre a sus hijos y viuda a su mujer.
A pesar de que haya fallecido, su familia lo tiene muy presente, es por ello que López ha querido compartir con sus seguidores varias imágenes en sus 'stories' de Instagram con motivo del aniversario de bodas.
Un fatal accidente que deja a una viuda destrozada
El futbolista se dirigía de Extremadura, lugar donde se encontraba el club para el que jugaba, hacia su casa de Sevilla. Según diversas fuentes, Reyes conducía a gran velocidad, algo que provocó que perdiera el control del coche.
Tras el accidente, la joven, madre de dos hijas, quedó totalmente destrozada. Ahora, Noelia López ha decidido recordar a su difunto marido con una emotiva publicación donde expresaba todo su dolor tras la pérdida en su cuenta de Instagram.
López, ha compartido con sus seguidores dos páginas de un libro donde se contaba un relato que guardaba una gran relación con su propia historia. «Imagínese a una pareja joven el día de su boda... Imagine que esa pareja tuvo hijos, y que a su vez, esos hijos, tuvieron hijos propios. En días buenos la mujer sabe que sí: el hombre que amó tanto no pudo haber desaparecido cuando su cuerpo murió», sentenciaban las frases del libro compartido por López.
«Imagínese una pareja joven el día de su boda. La ceremonia ya ha terminado, y todos los invitados se arremolinan en la escalinata de la iglesia para una foto. Pero la pareja, en ese preciso instante, no se percata de ellos, están ensimismados en ellos mismos, mirándose profundamente a los ojos, a las ventanas del alma, como Shakespeare los llamó.
"Profundamente". Una palabra curiosa para describir una acción que sabemos que en realidad no puede ser profunda en absoluto.
Ahora salte media docena décadas hacia adelante. Imagine que esa pareja tuvo hijos y que esos hijos tuvieron, a su vez, hijos propios. El hombre de la foto ha muerto y la mujer vive sola en un piso donde recibe asistencia. Sus hijos la visitan y tiene amigos entre los vecinos, pero a veces se siente sola.
Es una tarde lluviosa y la anciana, sentada cerca de la ventana, ha tomado esa foto de la mesita lateral donde la exhibe, enmarcada. En medio de la luz grisácea que se filtra a través de la persiana, la mira. La foto, al igual que la propia mujer, ha recorrido un largo camino para llegar hasta ahí. Empezó en un álbum fotográfico, que le regalaron a uno de sus hijos, luego se colocó en un marco y se fue con ella cuando se mudó a esa vivienda. Aunque es frágil, la foto está un poco amarillenta y doblada por los bordes. Ha sobrevivido. En esa instantánea aparece ella, una mujer joven por aquel entonces, cuando miraba a los ojos de su nuevo esposo, y recuerda cómo en ese momento él era más real para ella que ninguna otra cosa en el mundo.
¿Dónde está él ahora? ¿Todavía existe?
En días buenos, la mujer sabe que sí: el hombre que amó tanto durante todos esos años no pudo haber desaparecido simplemente cuando su cuerpo murió. Ella sabe —vagamente— lo que la religión tiene que decir al respecto. Su esposo ya está en el cielo.»