Pepe Rodríguez, Samantha Vallejo-Nájera y Jordi Cruz son en la actualidad los jueces más duros e implacables de la televisión. Su dureza y exigencia en las cocinas de 'MasterChef' los han convertido en el foco de grandes polémicas entre los concursantes, donde no se amilanan ante el comportamiento de algunos de los aspirantes.
Pero si hay que destacar alguno, ese es sin duda Jordi Cruz. El chef catalán no se corta un pelo a la hora de criticar algunas de las creaciones de los concursantes aunque eso signifique ponerlos al borde del llanto y con solo una mirada es suficiente para helar la sangre de cualquiera. Es meticuloso en su trabajo y la perfección es su seña, gracias a ello se ha convertido en un cocinero de prestigio.
Pero no todo en la vida del chef ha sido disciplina. Él mismo comentó hace años, en la entrevista que Risto Mejide le hizo en 'Chester,' cómo había sido su infancia siendo el menor de seis hermanos nacidos en el seno de una familia humilde. Una condición que le afectó en su infancia.
«De niño me sentía muy chiquitito. Yo buscaba cariño desesperadamente, buscaba tener amigos, sentirme más integrado. Buscaba continuamente el reconocimiento de la gente para que entendieran que el chaval no es tonto» confesaba a Risto haciendo alusión al déficit de cariño que tuvo en la que era su gran familia.
Para paliar esta carencia, Jordi trataba de llamar la atención y comenzó a meterse en líos: «Un día le cogí dinero a mi madre, 10.000 pesetas y compré chucherías para toda la clase. En otra ocasión, mi hermano y yo incendiamos un campo. Gamberradas de chiquillos» recordaba durante la entrevista.
Unas gamberradas, como él las llamaba, que terminaron por provocarle una detención después de haber realizado el robo de unos neumáticos. Pero con el paso de los años y el apoyo de su madre, Jordi encontró en la cocina su profesión: «Pasé de ser un presunto delincuente a tener una estrella Michelin».