Manuel Ríos Cruz tenía 25 años cuando su madre Remedios lo vio por última vez en su casa de Alcalá de Guadaira (Sevilla). Hoy tendría 38 si no hubiera desaparecido para siempre en un barco a la deriva. Tuvo tiempo de hacerle una última llamada, que esta madre no olvidará jamás.
Era el 3 de noviembre de 2009 cuando Lolo llamó a su madre con un angustiante mensaje. “Estamos a la deriva, mamá, apunta por favor, no nos dejéis morir”. El joven transmitió las coordenadas a su madre, que las apuntó como pudo y las entregó a Salvamento Marítimo con una vana esperanza.
La realidad es que los rescatadores nunca llegaron hasta él, y trece años después lo único que queda es la incertidumbre. Su familia le buscó en Francia, en Marruecos, en Argelia, pero no tuvieron suerte. "Tener a un familiar desaparecido es duro, pero es pero cuando desaparece en el mar", afirma su madre.
No le gustaba nada el mar
Lolo era un joven con un empleo y muchos sueños al cual el mar le gustaba más bien poco. Su plan era pasar el Puente de Todos los Santos en Málaga y volver a su casa al cabo de unos días. Cogió ropa para dos o tres días, la puso en un macuto y salió por la puerta después de besar a su madre.
Salió de casa un domingo y después de dos días sin saber nada de él Remedios tuvo el presentimiento de que algo iba mal. “Me desperté con mucho malestar”, recuerda, y le dijo a su marido Manuel que algo había pasado. Él la intentó tranquilizar, pero ella llamaba a su hijo y no había forma de hablar con él.
La ansiada llamada llegó aquel mismo día, a las 19:00 horas, pero no fue para bien. No ha podido olvidar los gritos de su hijo al otro lado del teléfono, pidiendo que apuntara unos números. Eran las coordenadas del lugar donde se encontraba, pero había algo que extrañó mucho a Remedios.
Las últimas palabras de Lolo
“Coge lápiz y papel, apunta, pero rápido, rápido, que estamos en peligro, que estamos muy mal, que estamos a la deriva”, escuchó. Remedios no sabía que su hija estaba en el mar, y “no era algo habitual en Lolo porque no disfrutaba en el agua”. “Por favor, mamá, no me dejes morir en el mar”, fueron sus últimas palabras.
La madre de Lolo entró en un estado de pánico, y lo primero que pensó fue en llamar a Salvamento Marítimo. A partir de ahí se activó la búsqueda, mientras en casa del joven sus allegados aguardaban desesperados la llegada de alguna noticia. Estuvieron toda la noche en vilo, esperando un milagro que no llegó.
Remedios, creyendo que los rescatarían pronto, preparó un macuto con ropa para su hijo y su amigo. “Tenía todo preparado para su rescate, solo faltaba que llamaran diciendo que Manuel estaba ahí, pero la llamada no llegó”, recuerda. A las ocho de la mañana recibieron una llamada que les dejó helados.
Apareció un cadáver
“Hemos ido al sitio que marcaban las coordenadas, había un barco boca abajo, hemos ido a repostar y al volver ya no hemos encontrado nada”. Esto fue lo que Salvamento Marítimo transmitió a la familia de Lolo, que “el barco ya no estaba”. Al parecer, “la prioridad aquel día eran dos pateras que estaban entrando a España”.
Según las coordenadas y el posicionamiento del teléfono móvil, la embarcación estaba entre Granada y Almería. Se trataba de una zona con gran profundidad, así que Remedios pensó que una opción era “que lo hayan comido los peces”. Pero había otra opción, “que hubieran sido arrastrados a Argelia, Francia o Marruecos”.
Nada más se supo hasta que en junio de 2020 los padres de Lolo recibieron una llamada: habían encontrado un cuerpo. Les hicieron la prueba de ADN pero los días fueron pasando sin que les dieran ningún tipo de información. Finalmente consiguieron saber que no se trataba de Lolo.
Se iba a casar
Aunque las autoridades cerraron el caso, la familia de Lolo nunca ha dejado de buscarle. “Mi hija vendió su casa para que pudiéramos viajar a Marruecos”, explica Remedios. El viaje fue duro, y tanto ella como su marido pasaron las horas pensando que en aquellas mismas aguas podía estar el cuerpo de su hijo.
En Marruecos preguntaron a las autoridades, buscaron en las cárceles, removieron cielo y tierra. En España, su hermana Raquel habló a diario con el consulado en Argelia. Pero todos los intentos fueron en vano, y entonces asimilaron la dura realidad de tener a un familiar desaparecido en el mar.
Manuel desapareció para siempre en el mejor momento de sus vidas, y desde entonces su existencia ya no ha vuelto a ser la misma. De día trabajaba de albañil y de noche como portero de discoteca, con el sueño de casarse con su novia Michelle. Ahora solo les queda el recuerdo y aquel maldito último mensaje.