El tiempo se agota. Dentro de tres años, el crimen de la joven Sheila Barrero podría quedar impune si antes no encuentran a su asesino. La joven fue asesinada con 22 años en medio de una noche llena de niebla, el 25 de enero de 2004, en un puerto de montaña entre Asturias y León.
La policía lleva todos estos años buscando sin descanso a la persona que le descerrajó a sangre fría un solo disparo en la nuca. Pero una sucesión de errores en la investigación ha impedido estrechar el cerco sobre el único sospechoso. La familia de Sheila da un nuevo paso más para desencallar el caso.
Son conscientes de que el tiempo se agota, porque dentro de tres años hará veinte, y el crimen prescribirá. Por eso quieren presentar una queja contra el Fiscal Superior de Asturias, a quien acusan de bloquear el proceso judicial. Creen que eso puede relanzar la investigación antes de que sea demasiado tarde.
17 años después de los hechos, el crimen de Sheila sigue siendo una de las mayores cuentas pendientes de la justicia en España. El principal sospechoso sigue siendo un amigo de la víctima, pero las pruebas son insuficientes. En el entorno de la joven creen que se podría hacer más para atraparlo.
Asesinada en su coche
La asturiana Sheila Barrero tenía 22 años cuando fue asesinada a sangre fría. Trabajaba en una agencia de viajes, y los fines de semana se sacaba un dinero extra como camarera en un bar. Era la pequeña de cuatro hermanos, estudiosa, trabajadora y con ganas de comerse el mundo.
La noche que la mataron hacía frío y una densa niebla inundaba la comarca de Laciana, en León. Su hermano la esperaba a que acabara su turno, pero la chica no aparecía. Fue entonces cuando salió a buscarla y encontró su coche en la carretera, con el cuerpo sin vida de Sheila dentro.
Inicialmente pensaron que había tenido un accidente con el coche, pero había recibido una bala en la cabeza. El escenario era el de una ejecución a sangre fría, porque no había sido violada, ni golpeada, ni había signos de robo. Solo un balazo en la cabeza realizado desde dentro del vehículo.
Borja, el único sospechoso
El primer y único sospechoso del crimen es Borja Vidal, un joven de 19 años con quien la víctima había tenido una relación esporádica. Fue investigado por la Guardia Civil e incluso llegó a estar encerrado. Pero los errores en la investigación llevaron a su liberación y pudo rehacer su vida.
Borja nunca abandonó el lugar donde sucedió todo, y a sus 36 años sigue viviendo en el lugar donde apareció muerta su expareja. Tuvo diferentes trabajos antes de abrir su propio negocio de electricista. Se ha construido una casa y vive una vida feliz junto a su pareja y sus dos hijos.
La Guardia Civil no tiene ninguna duda de que fue él quien mató a Sheila. Hace dos años decidieron retomar la investigación y recabar nuevas pruebas con tecnologías más novedosas. Pero todo ha sido en vano, y la justicia considera que no existen indicios suficientes como para reabrir el caso.
Todas pruebas le señalan
En la mano derecha de Borja encontraron una partícula de plomo que coincidía con la bala que mató a Sheila. Borja montó una coartada y aseguró que los residuos correspondían a días anteriores que había salido a cazar. La policía también encontró fibras de su ropa en el coche de la víctima.
La noche en la que murió, después de su jornada de trabajo, Sheila recorrió parte del camino con sus amigos. En un momento dado sus vehículos se separaron, y fue entonces cuando se produjo el asesinato. Según las pruebas forenses, el único disparo mortal se produjo desde el asiento de atrás a cañón tocante.
Después del asesinato, la policía reunió a seis jóvenes que conocían a la víctima para pasar una rueda de reconocimiento. Entre ellos estaba Borja, que había tenido una breve relación con Sheila. Solo él tenía en sus manos “residuos procedentes de la detonación fulminante”.
Los errores de la justicia
La policía tiene pruebas suficientes para mandar al sospechoso a juicio, pero no ha sido así. El juez archivó el caso en octubre de 2007 al considerar que no había indicios suficientes para procesarlos. Consideraba que en una zona de caza habitual era normal tener restos de pólvora en las manos, y creyó la coartada que dieron los padres de Borja.
La familia no se rindió y consiguió un amplio apoyo ciudadano para presionar a la justicia. Años después, las nuevas pruebas aportadas por la policía abrieron una nueva oportunidad. Pero a fecha de hoy el asesino de Sheila está en la calle, y su familia se desespera.
Con la intención de mover un poco el avispero, estudian denunciar a la Fiscalía por los errores en la investigación. Creen que el fiscal y la justicia podrían haber hecho algo más. El tiempo se agota para encerrar a la persona que mató a Sheila con la frialdad de un profesional.