La tarde del Viernes Santo, un trágico accidente segó la vida de Ricardo Sánchez Castro, un agente de Tráfico de la Guardia Civil de Ciudad Rodrigo (Salamanca). Su muerte ha conmocionado a sus compañeros en el cuerpo de la Benemérita, pero también ha roto de dolor a amigos y familiares.
Ricardo tenía 47 años y era padres de tres hijos. «El Jobi», como lo llamaban sus amigos, era natural de Alcorcón (Madrid), pero vivía desde hace años en Ciudad Rodrigo, la ciudad de su mujer y el lugar donde decía que quería jubilarse. Allí todos le recuerdan con mucho cariño, y explican que estaba muy integrado en el lugar.
En la pequeña localidad de 12.000 habitantes tenía su vida, su familia y sus amigos. Pero todo se truncó el viernes, poco antes de las 6 de la tarde. Ricardo estaba patrullando con su moto BMW cuando de pronto perdió el control y se salió de la carretera en la autovía A-62, a la altura de Sancti-Spíritus. Su cuerpo salió disparado e impactó en el guardarrail, falleciendo en el acto.
Fueron sus propios compañeros quienes acudieron hasta el lugar del accidente, pero no pudieron hacer nada para salvarle la vida. Ricardo yacía en el medio de la calzada junto a su moto, los dos destrozados. El trágico accidente puso fin a la carrera profesional de este agente de la Benemérita entregado a su profesión.
La noticia cayó como un jarro de agua fría entre los vecinos de Ciudad Rodrigo, donde el agente llegó en 2005 formando parte de la Agrupación de Tráfico. Antes había estado en los Grupos de Reserva y Seguridad de la Guardia Civil (GRS), que se encargan del orden público en eventos especiales, y antes de entrar en la Benemérita había estudiado en la Universidad Complutense de Madrid.
La vida le llevó hasta el pequeño municipio salmantino, donde se adaptó muy rápidamente. Una de las pasiones de Ricardo era el fútbol, y debido al cariño que todos le tenían pronto se convirtió en el entrenador de fútbol de los niños. Uno de sus compañeros en el cuerpo de policía asegura que «era muy querido en la zona, y todos le conocían por ser entrenador».
Compaginaba su afición al fútbol con la pasión por el heavy metal y las motos, y entre sus grupos favoritos destacaba «Helloween». Quedan como testigo las imágenes de los conciertos a los que acudía junto a su hermano. Ricardo fue enterrado ayer en el pueblo donde todos le querían, y donde seguro que le echarán mucho de menos.
Segunda desgracia en poco tiempo
El destino ha querido que la carretera se lleve a Ricardo apenas un año después que su compañero y amigo José Antonio Salicio. El 27 de abril de 2020, este agente de Tráfico de la Guardia Civil perdió la vida en un accidente de moto estando de servicio. De hecho, Ricardo y José Antonio solían patrullar juntos con su BMW. Los compañeros de Ricardo le despidieron el sábado igual que lo hicieron con José Antonio, escoltando su féretro con motos y coches, desde Salamanca hasta Miróbriga.
El dolor se une a la rabia acumulada en este departamento del cuerpo de la Guardia Civil que viene denunciando desde hace tiempo la vulnerabilidad de los agentes motorizados. El verano pasado, tras la muerte del agente de 39 años Óscar David Merino, la asociación Policía s.XXI volvió a reivindicar la necesidad de más seguridad para estos profesionales.
«En la era de los drones, los helicópteros y los radares de última generación, tenemos que empezar a replantear el uso de la motocicleta como herramienta de trabajo», decían en su comunicado, «no vemos la ventajas que puede traer seguir en el empeño del uso de la moto sobre todas las cosas, incluso en condiciones climáticas, de fatiga o circulación que, tal vez, no son las más adecuadas».
Desde esta entidad recuerdan que la especialidad de Tráfico es la que acumula más fallecidos en su historia, y que ahora atraviesa por serios problemas a la hora de cubrir vacantes debido a su alta siniestralidad. «Si los fallecidos son cientos, los lesionados son legión», aseguran, y mandan sus condolencias por la muerte del último compañero.