El negocio de la hostelería llora hoy la muerte de uno de sus referentes, Alfredo Rodríguez. El dueño del histórico bar madrileño "El Brillante" murió ayer a la edad de 67 años. Su trayectoria profesional estuvo marcada por el éxito de su "bocata de calamares", auténtico reclamo turístico de la ciudad.
Gracias a esta especialidad, su establecimiento se convirtió en parada obligada de muchos turistas en la capital de España. Su bar está ubicado en la plaza de Atocha, a pocos metros de la estación de tren y el Barrio de las Letras. Su muerte ha caído como un mazazo en el sector de la restauración.
Más allá del éxito empresarial de Alfredo Rodríguez, siempre fue alguien muy querido por las personas que trabajan en ese sector. Consiguió convertirse en un referente en su trabajo, pero también cosechar el respeto de sus compañeros y empleados. Destacan su bondad y su compromiso con los trabajadores.
A Alfredo le gustaba mezclarse con sus empleados y ser uno más de su exitoso local. Por eso no era nada extraño verle tirando cañas junto al resto de los camareros y sin que los clientes supieran que era el dueño. Eso habla de la personalidad de Alfredo Rodríguez y de su talla profesional.
Le gustaba definirse como "tabernero" más que como dueño: "Me gusta estar atendiendo a la gente junto a mi familia, que son mis empleados", comentó en unaocasión desde el palco del Wanda Metropolitano. Él gestionaba el servicio de esa zona exclusiva del estadio del Atlético de Madrid.
Como responsable de esa zona invitó a compañeros del sector, cliente, asociaciones benéficas y artistas. Compaginaba esa faceta con la dirección del bar, que era su verdadera pasión. Alfredo Rodríguez, el dueño del emblemático bar "El Brillante", tenía claro que no quería retirarse nunca.
El secreto de su bocadillo de calamares
La trayectoria profesional de este hostelero comenzó en 1967, cuando entró a trabajar en el bar que su familia había fundado en los años cincuenta. Alfredo había tenido muchos problemas de salud en la infancia, y alejado de los estudios empezó a dedicarse en cuerpo y alma al negocio familiar.
Medio siglo después, su visión empresarial y su dedicación profesional han colocado su negocio como referente de la gastronomía madrileña. La caña y el bocadillo de calamares de "El Brillante" son una cita ineludible para turistas y autóctonos. El secreto del éxito lo desveló el propio Alfredo en una ocasión.
El éxito del bocadillo de calamares no es el precio, aunque es bastante bajo, sino la calidad del producto. Está elaborado con calamares del Pacífico rebozados con harina de garbanzo y aceite de oliva de calidad. El pan es recién sacado del horno, y le da el toque crujiente que redondea el producto.
Compromiso con los trabajadores
Unos inversores chinos le ofrecieron muchos millones de euros por su marca, pero él lo rechazó. "El bar les importaba mucho menos que el nombre, y yo no dejo a mi familia tirada", aseguró Alfredo. Para él, el compromiso con sus empleados era una prioridad que pasaba por encima de los millones.
Su política empresarial era clara, prefería contratar a personas de más de 45 años ya que valoraba su experiencia. "Han pasado por la universidad de la vida, como yo", solía decir. Este mismo verano anunció que solo contrataría a mayores de 50 años debido a la crisis que vive el país.
Alfredo tenía un espíritu emprendedor que le llevó a participar en muchas aventuras empresariales. Invirtió en lanchas, en ropa para motoristas y en la cadena Cafés Luthier. Con su fallecimiento, Madrid pierde un referente gastronómico y el sector de la restauración a un buque insignia.
La Academia Madrileña de Gastronomía anunció su fallecimiento a través de las redes sociales. Lamentó la pérdida de uno de los hostaleros más ha contribuido a popularizar la gastronomía madrileña. Sus compañeros no han tardado en mandar toda clase de mensajes de condolencia y reconocimiento.