José Antonio Luis Aguiar, condenado por el asesinato de un hombre en la Pensión Padrón, se sienta otra vez en el banquillo de los acusados. La Audiencia Provincial de Tenerife le juzga por el asesinato de su pareja. Los dos crímenes ocurrieron en el mismo lugar, la habitación 306.
Aunque en su momento pasó desapercibido para la prensa, este es uno de los casos más macabros de la crónica negra española. El acusado mató a su pareja en la misma habitación donde meses después mataría a un amigo suyo. Escondió los restos de él en una habitación y los de ella en una cueva.
Los dos crímenes fueron cometidos entre los años 2009 y 2010, presuntamente por la misma persona. José Antonio Luis Aguiar cumple actualmente una condena de 17 años y medio por asesinato. Ahora la fiscalía le pide 25 años de cárcel por matar a golpes a su novia en la misma pensión.
El macabro hallazgo
El 25 de agosto de 2010, una llamada de teléfono alertó a la Policía Nacional del hallazgo de unos huesos en la Pensión Padrón. Concretamente en la habitación 302, en la tercera planta del edificio en Santa Cruz de Tenerife. Los restos humanos estaban escondidos entre dos colchones de una cama desvencijada.
Tuvieron que sujetar los dos colchones con cinta americana para no perder los restos por el camino. Cuando los forenses los despegaron vieron que los tejidos blandos habían marcado una especie de negativo del cuerpo durante el proceso de descomposición. La autopsia sacó a la luz un horrible crimen.
La víctima había sido maniatada, amordazada y torturada durante días. Los dos implantes metálicos hallados en el cuerpo de la víctima permitieron identificarla como Ángel Bermejo, conocido por los merodeadores de la pensión. Había acabado con su vida hundiendo un destornillador en su pecho.
Crimen en la habitación 306
La investigación concluyó que el crimen se había cometido en la habitación 306, y que el cadáver fue trasladado a la 302 con posterioridad. Durante meses las habitaciones fueron ocupadas por toxicómanos y otras personas de mal vivir. Ninguno de ellos se vio alertado por el mal olor del cadáver putrefacto.
Los dos implantes, uno en la pierna y otro en el hombro, habían sido fijados en un hospital de Castellón. Las referencias numéricas permitieron revelar el nombre de la víctima, cuya identidad fue confirmada con pruebas de ADN. La investigación llevó rápidamente hasta el asesino, un viejo conocido de la policía.
José Antonio Aguilar, apodado El Jala, acumulaba 33 antecedentes policiales antes de cometer el crimen. Pidieron para él 40 años de cárcel, pero la defensa logró desmontar las acusaciones por torturas y robo con violencia. La sentencia final llegó en 2013, el año que denunciaron la desaparición de una mujer.
Una mujer desaparecida
La hija de Adoración de la Cruz Vera Rodríguez denunció su desaparición. Inicialmente no la relacionaron con El Jala, pero tres años después y tras una larga investigación apareció como el principal sospechoso. Un incendio en un barranco llevó por azar hasta los restos mortales de la víctima.
En el barranco de Santos, en una cueva, encontraron un petate militar con restos humanos. Las pruebas genéticas demostraron que se trataba de Adoración, la mujer desaparecida desde hacía años. Además, su ADN coincidía con el de una misteriosa mancha de sangre hallada en la habitación 306 de la Pensión Padrón.
La investigación concluyó que José Antonio había convencido a su pareja, Adoración, para irse a vivir juntos a la pensión. Allí tuvo lugar el primer crimen, a finales de 2009, y los dos convivieron con el cadáver durante meses. Luego, presuntamente, El Jala asesinó a golpes a su pareja y ocultó sus restos.
La Pensión Padrón
En 2010 la Pensión Padrón era un establecimiento hostelero venido a menos y regentado por un matrimonio de ancianos. En las entrañas del local abandonado se acumulaban las vidas rotas por la droga y la pequeña delincuencia. En las dos primeras plantas se alojaban los clientes de paso.
En la tercera planta, sin agua ni electricidad, malvivían toda clase de toxicómanos y sin techo al precio de la voluntad. La mayoría de ellos vivía de la limosna y los atracos, y gastaban el dinero en drogas, cerveza y vino. Por el día comían en el albergue, y por la noche se refugiaban en la pensión.
Entre ellos estaba Ángel Bermejo, un zaragozano casado y con un hijo que había ejercido como músico en el Ejército. Tras vagabundear por varias ciudades acabó en Santa Cruz de Tenerife. Su familia llevaba 20 años sin saber nada de él, y vivía de tocar música en las calles y de una pensión de 964 euros al mes.
Por un puñado de euros
El Jala se encaprichó de la holgada situación económica de Ángel, y estuvo varios meses robándole el dinero. Así lo atestiguan las personas que declararon en el juicio y las cámaras de seguridad de varios cajeros automáticos. Le retuvo por la fuerza durante tres meses en la habitación 306.
Durante este tiempo, la víctima fue objeto de palizas y amenazas para entregar el dinero con el que luego El Jala compraba su droga. En varias ocasiones lo desnudó, lo ató de pies y manos y lo amordazó para que no gritara. El agresor volvía de vez en cuando para seguir dándole palizas.
Ángel solo podía salir para acompañar al agresor al cajero y entregarle el dinero. En alguna ocasión consiguió escapar, pero nunca denunció los hechos a la policía. Al verse en peligro o quizás movido por el ansia de más dinero, El Jala propinó a su víctima una última paliza y le clavó un destornillador en el pecho.
La mató por la pensión
Algo parecido sucedió con Adoración, cuya pensión de 400 euros servía para mantener las adicciones de su novio El Jala. Ambos iniciaron una relación poco después de que él saliera de la cárcel y se fueron a vivir a la pensión. En la habitación 306 la golpeó con tanta fuerza que la sangre salpicó el techo.
El agresor limpió las paredes, el camastro y algunos muebles de la habitación, y guardó el cuerpo en un petate. Luego lo trasladó hasta el barranco y lo abandonó en una cueva, pensando que no lo descubrirían nunca. Siete años después, un incendio fortuito permitió el macabro hallazgo.
La mancha de sangre en el techo fue el que acabó vinculando a José Antonio con los crímenes de Ángel y Adoración. Según la fiscalía, mató a su pareja por el temor a que esta le dejara y perdiera el dinero de su pensión. Le ocasionó múltiples traumatismos y le rompió cuatro costillas y una pierna.