Daniel Noriega tiene 28 años y desapareció en Cieza (Cantabria) el 28 de noviembre. La Guardia Civil encontró su coche abandonado en el viaducto de la A-67. Desde entonces, su padre Emilio y un puñado de familiares, amigos y voluntarios lo buscan sin descanso.
Se reúnen cada mañana en la taberna que regenta Emilio en Castañeda, y salen a buscarlo desafiando las inclemencias del tiempo. Con un poso de amargura, este padre coraje critica que los efectivos de emergencias hayan abandonado la búsqueda “en pleno puente festivo”. “Nos merecemos encontrarle para darle descanso”, afirma.
La Delegación del Gobierno en Cantabria responde, asegurando que sí hay agentes de la Guardia Civil trabajando sobre el terreno. También afirman que hay una investigación en marcha. A fecha de hoy, sin embargo, ni los especialistas ni los voluntarios han hallado ningún indicio que les acerque a Daniel.
La desaparición de Daniel
Domingo 28 de noviembre, 4 de la madrugada: agentes de la Guardia Civil llaman a la madre de Daniel. Han encontrado el coche de su hijo abandonado en el viaducto de la A-67 en Cieza. Lo primero que pensaron sus padres es que se había quedado sin gasolina, y que se habría perdido al huir a pie.
Pero la Guardia Civil les dio un dato más preocupante: el paraje donde apareció el coche es un lugar frecuentado por los suicidas. A partir de ahí se encendieron todas las alarmas. Los padres, preocupados, trataron de descartar esa opción y le llamaron repetidas veces.
“No me entraba en la cabeza que intentara quitarse la vida”, explica su padre. Según dice, era un chico sano, deportista y que estaba terminando los estudios de Robótica. Los detalles que descubrieron después les han hecho abandonar toda esperanza de encontrarle con vida.
Dos mensajes de voz
Esa misma noche, Daniel envió dos mensajes de voz por WhatsApp a una compañera de clase. Según confirma su padre, llevaban un mes saliendo y acababan de hablar en un pub. Él quería una relación seria y ella quería que siguieran solo como amigos, lo que podría explicar la drástica decisión que tomó el joven.
El desaparecido vivía en casa de su abuela, en Torrelavega, desde que sus padres se separaron. Aquella noche había cenado con unos amigos en el centro de Cieza, para festejar un cumpleaños. Eran todos compañeros del equipo de fútbol del Estrella Roja, del que Daniel era el segundo entrenador.
Después del encuentro con su novia, el joven abandonó el lugar con su coche y desde entonces, ni rastro de él. Ese mismo día empezaron las labores de búsqueda en el río, que se complicaron por el caudal que llevaba debido a las fuertes lluvias. Se organizó un dispositivo de búsqueda “amplio”, y dieron con algo prometedor.
Un trozo del pantalón
Encontraron posibles restos del cuerpo de Daniel, pero aún están pendientes del análisis de ADN. Mientras, las labores de búsqueda continuaron. Pero algo cambió, y el padre del joven empezó a criticar las labores de la Guardia Civil “porque cada vez eran menos y el caudal del río ya había bajado mucho”.
El grupo de voluntarios que lidera Emilio encontró restos del pantalón del chico enganchado a un árbol. Dentro había su documentación y algo de dinero. Su padre sigue haciendo llamamientos para que la gente se sume a las labores de búsqueda del cuerpo.
“Sé que es muy difícil encontrarle”, reconoce Emilio, “pero si no le buscamos no lo vamos a conseguir”. Según su intuición, “puede estar en un arenero, en un montón de troncos, en cualquier parte entre Cieza y la desembocadura del Besaya en Sauces”. No abandona la esperanza de hallar el cuerpo para darle descanso.
'Un poco más de apoyo'
Ayer, unas 40 personas seguían buscando sobre el terreno con una mezcla de esperanza y de desconsuelo. Bajo un temporal de lluvia y viento, contra todas las inclemencias, siguieron con el rastreo de las orillas de los ríos Cieza y Besaya. Las condiciones meteorológicas dificultan la búsqueda, y ponen en riesgo a los voluntarios.
Junto a ellos están a título personal, profesionales de Bomberos, Protección Civil y Cruz Roja. A la búsqueda se han sumado perros y drones. Algunos de los voluntarios echan en falta “un poco más de apoyo” de los profesionales, aunque están centrados más en el rastreo que en las quejas.
“Mi hijo tiene el mismo derecho a ser encontrado que los demás”, se lamenta Emilio. Solo el esfuerzo y el dolor de los voluntarios le hacen conservar las esperanzas en un pronto desenlace. Pero le queda la amargura de la falta de implicación que, según él, han mostrado los profesionales.