Izan Adán Fernández nació el 8 de agosto de 2007, con un lunar gigante que ocupaba el 95% de su espalda. Durante años, su madre estuvo yendo de un hospital a otro. Temía que podría ser cáncer, pero los médicos la tomaban por loca. Le dijeron que era anorexia, gripe, neumonía. Ocho años después, Izan murió de cáncer.
Ahora, la Audiencia Provincial de Madrid ha corroborado la condena al Servicio Madrileño de Salud (SERMAS) por el retraso en el diagnóstico, y le obliga a indemnizar a la familia con 98.400 euros. Según la sentencia, un diagnóstico a tiempo hubiera sido determinante para salvar la vida del pequeño.
Al nacer Izan, los médicos explicaron a su familia que tenía un nevus gigante, un organismo con ramificaciones en el pecho que podía degenerar en un melanoma. Había antecedentes en la familia, así que desde el primer momento su madre Diana vivió con ese miedo. Los médicos decían que había que quitarlo poco a poco, pero que podía vivir con él.
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Al cabo de dos años detectaron una mancha en el pulmón, y poco después el niño comenzó a renquear. Pero de 2010 a 2015, madre e hijo fueron de hospital en hospital sin encontrar quien le hiciera un TAC. Ni en el Hospital de Fuenlabrada, ni en el Doce de Octubre ni en La Paz supieron diagnosticar a tiempo el melanoma que le estaba matando.
Su madre Diana, auxiliar de enfermería, sugirió varias veces a los médicos la posibilidad de que fuera un melanoma: «Ellos me contestaban que estaba loca. Llegaron a diagnosticarle gripe, anorexia, neumonía. Decían que tenía problemas psicológicos, que lo hacía para llamar mi atención, y que si yo seguía con esa idea, el cáncer se lo iba a provocar yo».
Cuando al final accedieron a hacerle el TAC, vieron que tenía un melanoma irreversible en el pulmón derecho, con gran cantidad de metástasis en pecho, cráneo, hígado, riñón, páncreas y hueso. El melanoma se había adueñado del cuerpo de Izan, que pasó sus últimos meses en silla de ruedas y enchufado a un respirador.
Su mamá se lo quiso ocultar para protegerlo, pero el niño era consciente de lo que estaba sucediendo. «Mamá, me estoy muriendo», le decía. Le queda el consuelo de que «ahora, allá donde está, sé que Izan no tiene dolor». Pero lamentan que dermatólogos, oncólogos y radiólogos dejaran a su hijo fallecer de esta manera.
En su tres primeros años de vida, Izan pasó ocho veces por el quirófano para irle retirando el lunar. En 2010 la pediatra observa una cosa extraña en una radiografía. Según el informe médico, «no lo tiene nada claro», y se avisa a rayos para descartar lesiones nodulares. Tres años después, el menor manifiesta problemas respiratorios evidentes, le hacen otra radiografía, y observan una sombra en el pulmón.
Sin embargo, los médicos no hicieron nada a pesar de que su madre les repetía que podía ser un melanoma. Dice que se reían de ella, que la trataban como si estuviera loca. En 2015 y cinco años después de los primeros síntomas, Izan sufre un derrame en la pleura. Le diagnostica neumonía y le administran antibióticos, pero la mancha seguía ahí. La sentencia considera que en ese momento, el TAC era inevitable y aun así no se hizo.
Qué dice la sentencia
Aunque la sentencia confirma la condena al SERMAS, genera algo de polémica. Rebaja la indemnización impuesta al principio al considerar que el TAC, aunque habría mejorado las expectativas de vida del niño, no garantizaba su salvación.
Según el jurado de instrucción, hubo en la atención médica una insuficiencia de medios, en especial de naturaleza radiodiagnóstica por imagen. Establece que la dolencia congénita que sufría el menor y los antecedentes eran suficientes como para sospechar de una evolución fatal de la enfermedad. El perito nombrado por el juzgado determina que si se le hubiera realizado la prueba, habría mejorado sensiblemente el pronóstico del enfermo.
La sentencia da por buenos los argumentos del abogado de la familia, Álvaro Sardinero, que arguye que «a lo largo de la atención médica existió una deficiente utilización de medios técnicos. Teniendo en cuenta los antecedentes, era preciso descartar el riesgo de un melanoma, máxime cuando en enero de 2013 presentaba problemas de infección respiratoria y se observan imágenes más intensas en el lóbulo inferior izquierdo».
La confesión de una médico
Después de diagnosticarle el melanoma, Izan fue trasladado al Servicio de Oncología Pediátrica del Hospital Doce de Octubre de Madrid. Tenía un melanoma de menor malignidad y menor tendencia metastásica. Es decir, que un diagnóstico a tiempo hubiera impedido la propagación sin control de la enfermedad.
En agosto de 2015, Izan cumplió ocho años y comenzó la quimioterapia, pero su situación empeoró rápidamente. Sufrió parestesias en la pierna derecha, insuficiencia respiratoria, dolor lumbar y vómitos incontrolables. El tumor estaba ya muy extendido, y en diciembre empezaron a administrarle tratamientos paliativos.
Falleció el 13 de febrero de 2016. Después de morir, su madre empezó a remover cielo y tierra, a buscar documentos. «Una médico del Doce de Octubre me reconoció que habían estado comentando que a Izan había que hacerle un TAC, pero que a su compañero no le pareció oportuno».
Diana está segura de que un diagnóstico a tiempo le hubiera salvado la vida. Pero cuando se lo hicieron ya no había nada que hacer. Ahora la justicia confirma que fue un error de los médicos. Un error que le costó la vida al pequeño de ocho años.