Ya son más de 500 los días que Ana Julia Quezada lleva encerrada en una cárcel, como presunta autora del asesinato Gabriel Cruz, de tan solo 8 años. Fue en marzo de 2018 cuando se detuvo, a la entonces pareja del padre del niño, y se encontró el cadáver del pequeño, tras varios días desaparecido, que murió estrangulado. Desde entonces, Ana Julia espera a ser juzgada entre fuertes medidas de seguridad.
Y es que esta dominicana de 45 años es una de las internas obligadas a vivir con lo que se conoce como una presa «sombra». María, nombre realmente ficticio, es una de las personas que en los últimos meses ha velado por que no se suicide o sea agredida. «Todo bien, señora», está es la respuesta que espera dar cada noche a la funcionaria que hace la ronda.
La situación de la asesina del pequeño Gabriel estuvo marcada por las constantes amenazas que recibió: «En la prisión se le tienen ganas, es evidente», explicaban fuentes del centro penitenciario almeriense de El Acebuche, en 'El Español'. Antes de María «no fue fácil que otras presas se mostrasen voluntarias a estar con ella», confirman las propias funcionarias.
Además, la pasada Nochevieja protagonizó, supuestamente, un intento de suicidio. Las trabajadoras del centro detectaron ciertas cortes leves en los antebrazos hechos en una cuchilla. Todo tras entrar en el módulo de aislamiento por una discusión con otra interna.
Una «refugiada» dentro de la cárcel
A Ana Julia se le aplicó un régimen especial, recogido en el artículo 75.2 del Reglamento Penitenciario, para proteger su integridad física. Es el conocido «régimen del refugio». Además de la figura del preso «sombra», que duerme en su misma litera y le acompaña a casi cualquier lado, no puede participar en talleres o cursillos ni estar en las zonas comunes con otras reclusas.
Solo puede abandonar su celda de dos a cinco, cuando el resto vuelve de almuerzo. Sus tres comidas del día las hace dentro de la celda después que se la haya traído un funcionario. Este internamiento dentro de un internamiento la ha aislado completamente. No recibe a penas visitas, salvo la de su abogado, y no se comunica telefónicamente con el exterior. Casi el único contacto humano que mantiene es con María, la presa que tiene asignada y que, tras recibir una formación específica, cobra 30 euros para velar por su vida en todo momento.
Pese a todo, su actitud respecto al crimen que ha cometido sigue siendo la misma. En el trato personal se mantiene como una persona «educada, tranquila», y aunque ha hecho llegar alguna carta a los medios «lamentando lo que ha hecho», la realidad es que dentro de la cárcel no ha pronunciado ni una «palabra de arrepentimiento».
Un juicio mediático a partir del 9 de septiembre
Así pues, quedan pocos días para que Ana Julia Quezada abandone de manera temporal El Acebuche para ser juzgada en la Audiencia Provincial de Almería. Concretamente, la fase oral del mismo empezará el próximo 9 de septiembre y se espera que no se alargue más del 18.
Tanto la Fiscalía como la acusación particular creen probado que Ana Julia se llevó al pequeño de 8 años de la casa de su abuelas en Las Hortichuelas con la única intención de matarlo, pues sentía celos de él. Durante días, se mantuvo al lado de Ángel Cruz, pidiendo que liberaran al niño pese a saber que estaba muerto desde el principio. Cabe recordar, que la Guardia Civil la detuvo mientras trasladaba el cuerpo del niño para enterrarlo a otro lugar. Por esto solicitan la Prisión Permanente Revisable.
Su defensa, en cambio, argumenta que el pequeño y ella mantuvieron una discusión porque el niño estaba jugando con un hacha. Entonces le habría dado un pequeño golpe y lo habría asfixiado sin querer al taparle la boca para que dejará de insultarla. Por ello, pide 2 años por homicidio involuntario o 10, si es considerado doloso.