Seamos realistas: muchos de los que estáis leyendo ahora mismo esto ni siquiera reconocéis que veis un programa como ‘La isla de las tentaciones’. Desde el inicio de los programas de este estilo, conocidos popularmente como ‘telebasura’, han habido dos claros bandos.
Primero tenemos al público que admite que ve programas de ‘salseo’; en el otro extremo nos encontramos con las personas que, además de no verlos, llegan a sentirse moralmente superiores por no hacerlo.
Y, bueno, me olvidaba del tercer grupo, y el más importante e interesante: las personas que ven ‘telebasura’ pero no lo admiten por vergüenza (y debe ser agotador esconderse para ver este tipo de programas). Pero, ¿por qué? ¿Qué nos hace sentirnos, en parte, avergonzados de ver este tipo de contenido?
La isla de las Tentaciones, el ejemplo perfecto de ‘telebasura’
La isla de las Tentaciones es un claro ejemplo de por qué un ‘reality’ más bien humillante puede ser adictivo a más no poder. Incluso puedo ir más allá y apostar que precisamente la adicción a este programa parte de la humillación y de la vergüenza ajena que provocan algunas escenas que vemos en la televisión.
Sí, hablo de esos momentos en los que hasta te resulta incómodo continuar mirando a la pequeña pantalla, aún sabiendo que ese programa fue grabado hace meses y que no hay nada que te ate a los concursantes.
El pasado jueves, 4 de marzo, se emitió el que, para muchos, fue el mejor programa de toda la historia de La isla de las tentaciones. Y no es para menos: fueron 150 minutos cargados de salseo, desenlaces inesperados, confrontaciones entre concursantes y mucha (pero que mucha) falta de empatía. Y, ¿hay algo más adictivo en un reality que la falta de empatía? Yo creo que no.
Desde el sofá de nuestras casas nos enfundamos en nuestro disfraz de ‘lo moralmente correcto’ y nos sentamos a juzgar, móvil en mano, a las parejas y solteros que han accedido a participar en el concurso.
El argumento más facilón y esperado por parte de los telespectadores que critican a través de redes sociales es el de 'es que ellos se lo han buscado al acceder entrar en este programa'. Un argumento que da vía libre para juzgar y criticar sin ningún tipo de remordimientos.
Y yo, sentada frente al televisor y contemplando atónita el fenómeno y la gran masa de ‘tuits’ que provoca este programa, no puedo evitar preguntarme cuál es la clave del éxito del gran triunfo de Mediaset (un éxito que, conociendo a la cadena, va a ser explotado durante años).
¿El cotilleo nos da vida?
Estamos viviendo el ‘boom’ de series y películas más importante de la historia, pero ni el ‘top 1’ de Netflix resulta tan adictivo como La isla de las tentaciones.
Y es que, a diferencia de las series y películas, sabemos que quienes hay tras La isla de las tentaciones no son personajes, sino personas con nombre y apellidos reales que, tras participar en el ‘reality’, seguirán con su vida (y, en algunos casos, podrán ganar unos años de fama a costa de Mediaset).
Sí, esas personas que has estado viendo durante semanas en tu televisor existen, son reales, no son personajes, y eso hace que nos sintamos aún más atraídos por el salseo y el cotilleo que provocan. Porque, admitámoslo: somos cotillas por naturaleza, aunque esto nos avergüence en algunos casos.
De hecho, en el año 2011, un estudio publicado por la revista ‘Science’ y dirigido por el profesor Eric Anderson (Universidad de Northeastern de Boston) explicaba que esta ‘adicción’ por el morbo y el cotilleo forma parte de nuestro instinto de supervivencia.
Además, también explicaba que prestamos más atención a las personas de las que conocemos aspectos negativos que a aquellas personas que tienen rasgos positivos. Y eso es uno de los motivos por los que esta edición de La isla de las tentaciones está dando tanto que hablar.
Lola se ha convertido en la ‘mala malísima’ de la edición, pero también en la que provoca más interés. Por su parte, Manuel, consigue despertar en nosotros un gran rechazo por su comportamiento y hace que disfrutemos a más no poder con los zascas de Sandra Barneda.
Por no hablar de Marina, que pasó de ser la más criticada del programa tras filtrarse su vídeo con Lobo a ser una de las que menos se habla en redes.
Diego, Jesús, Hugo y Lucía también han dado que hablar, pero no llegan a la altura de críticas que han recibido Lola, Manuel y Marina.
El resto de concursantes, algunos con sus más y otros con sus menos, pasan más bien desapercibidos en la mayoría de los programas.
Y esto no hace más que corroborar que las personas que ‘hacen cosas malas’ son las que les dan más vida al programa (y, por consecuencia, también a nosotros), por mucho que sintamos rechazo por ellos. En este caso, son los que les dan cuerda a ‘La isla de las tentaciones’.
Utilizamos el sufrimiento ajeno para despejarnos
Otro factor que he visto mucho entre amigas y amigos que ven La isla de las tentaciones es que utilizan el argumento de ‘es que ahora, con la pandemia, La isla de las tentaciones es lo único que me hace desconectar’.
Y es que mientras estamos entretenidos con los salseos ajenos a nuestra vida, por unos momentos, el ‘boom’ y el constante machaque de información que tenemos a causa de la pandemia, pasan a un segundo plano.
Así, podemos desconectar y pasar un buen rato preocupándonos por lo mal que lo pasa Hugo por haberse portado mal con Lara en un pasado, o por la reacción de Lucía al ver las imágenes de ‘su Manuel’.
Ahora bien: ¿qué pasaría si quien tuviera que pasar por algo así fuera alguna persona cercana a ti? Yo creo que no podría ni encender el televisor.
Podemos llegar a empatizar con Lucía, por ejemplo, mientras pensamos ‘¿cómo no se ha dado cuenta antes de cómo es Manuel?’ y vemos escenas que, además de hacerla sentir incómoda a ella, también nos lo hacen sentir a nosotros.
Algo que ya pasó, en mayor grado, con Melyssa de La isla de las tentaciones 2 cuando se agachaba suplicándole a Sandra que se quería ir. Y Mediaset se agarra a este tipo de escenas y espectáculos humillantes como a un clavo ardiendo.
Y, ¿qué pasa con los concursantes?
Mientras veo el programa, no puedo dejar de pensar en el estrés y las consecuencias psicológicas que pueden dejar participar en un formato de estas características.
Y es que, además de ‘la magia de la televisión’ que hace que nuestra perspectiva cambie según el montaje de las imágenes, también hay que pensar en que los concursantes se enfrentan a una oleada de ‘tuits’, críticas y opiniones que, en tan solo un segundo, pueden pasar a ser positivas en negativas.
Todo depende de comportamientos que tuvieron hace más de medio año en una isla paradisíaca y alejados totalmente de su día a día.
Y yo me pregunto (sin aún tener una opinión clara sobre el tema): ¿acceder a salir en un programa así da vía libre a los espectadores para opinar sobre todo lo que hacen los concursantes en las villas y, posteriormente, en su vida?