Se llama Santi y está en boca de todos desde que el pasado sábado trascendiera que había asesinado a sus padres y a su hermano de diez años, en Elche. Los hechos sucedieron el martes, pero la policía no lo descubrió hasta el viernes. Santi rompió su silencio para narrar su fechoría con toda clase de detalles.
Santi mató a sus padres y a su hermano pequeño con una escopeta y escondió los cuerpos en el cobertizo. Convivió tres días con ellos, jugando a la videoconsola y respondiendo a los whatsapp que recibía su madre. Finalmente confesó los hechos a una vecina, que dio la voz de alarma y destapó la matanza.
Cuando la policía llegó a la casa unifamiliar y descubrió los cadáveres, procedió a interrogar al parricida. A pesar de tener solo 15 años y ser un chico aparentemente normal, mostró una frialdad que sobrecogió a los agentes. Este es el relato ofrecido por el parricida, que acaba de salir a la luz.
'Me dijo que era un vago'
Martes, 8 de febrero, domicilio familiar de Jaime y Encarni y sus dos hijos de 10 y 15 años en Algoda (Elche). La madre reprocha a su hijo mayor su rendimiento académico y decide castigarlo sin internet y sin móvil. Se desata una discusión que acaba en tragedia, y así es como lo recuerda Santi.
Según explicó a los agentes, aquel día llegó del colegio y su madre Encarni le pegó la bronca por las malas notas. “Me dijo que era un vago, que ya estaba bien y que me iba a quitar la consola”, relata Santi. Acto seguido, explica, “subí a mi habitación, me puse a pensar y cogí la escopeta”.
Con una gran frialdad, Santi explicó a los agentes: “Disparé dos veces a mi madre cuando estaba en la cocina, un tiro por la espalda y luego la rematé”. Explica que su hermano “intentó escapar, pero salí detrás de él y lo cacé antes”. Luego esperó a su padre “cuatro o cinco horas, y le disparé al llegar”.
Sin saber qué hacer
Los agentes corroboraron que decía la verdad, ya que su madre presentaba tres impactos de bala. Lo hizo con una escopeta de cartuchos del calibre 12, que la familia tenía en casa ya que su padre era cazador. Las armas estaban en un armero en la planta superior del hogar, aunque la llave estaba al alcance de todos.
Según la versión de Santi, tras cometer los asesinatos decidió ocultar los cadáveres. “Me quedé sin saber qué hacer y decidí llevar los cuerpos al cobertizo”, dijo. Luego permaneció tres días en la casa haciendo vida normal, hasta que decidió confesar en una conversación con una vecina.
El chico contó a sus amigos que estaba encerrado en casa por ser positivo en coronavirus, y contestaba a los whatsapp que recibía su madre. El viernes, una vecina fue a interesarse por los padres de Santi ya que hacía días que no les veía. Fue entonces cuando el adolescente confesó la masacre.
Con frialdad y sin arrepentimiento
Cuando los agentes llegaron a la propiedad, encontraron los tres cadáveres apilados en el cobertizo. Santi respondió a todas sus preguntas con una sobrecogedora frialdad, y sin un atisbo de arrepentimiento. El juez ha decidido su ingreso en un centro de menores y da por cerrada la investigación.
No harán reconstrucción ni tomarán declaración a nadie más, así que el joven deberá pasar un mínimo de ocho años en régimen de internamiento. Más allá de la responsabilidad penal, la gran incógnita es saber cómo sucedió. Cómo pudo un chico de 15 años aparentemente normal planear, ejecutar y ocultar un crimen así.
Una familia normal
Dicen de Santi que era un chico algo tímido, pero que cuando rompía el hielo hablaba con normalidad. Un chico aficionado a los videojuegos y muy activo en las redes sociales, algo muy habitual en los adolescentes de hoy en día. Nada hacía sospechar el monstruo que llevaba dentro este “chico normal”.
Por eso resulta más difícil de entender lo que sucedió el pasado martes, en el domicilio familiar. Se trata de una casa unifamiliar con una gran extensión de terreno, un aislamiento que el parricida utilizó a su favor para vivir durante tres días como si nada. Los allegados explican que era una familia completamente normal.
El caso recuerda al de José Rabadán, que mató a su familia con una catana hace 22 años en Murcia. Tanto en aquel caso como en este, la adicción a los videojuegos está en el foco de las sospechas. La explicación sobre el origen de la matanza y la frialdad del asesino siguen siendo un inquietante misterio.