Miriam Cabrera, de 37 años, es una víctima más de la violencia de género. Una mujer que pese a haber terminado con un buen final, tuvo que fingir su propia muerte para salvar a su hijo de solo 12 años.
Todo sucedió el 11 de marzo en Icod de los Vinos, un municipio de Santa Cruz de Tenerife, en el piso en el que ella residía junto a su pequeño, ese día ella no trabajaba y llevó al pequeño al colegio.
Fue al regresar a su domicilio cuando pasó todo. Su pareja no la había agredido ni amenazado nunca, pero era muy celoso y volvieron a discutir por el mismo tema.
Tras la discusión, él la apuñaló en reiteradas ocasiones, la intentó degollar, la envolvió en mantas y le pegó varias patadas para asegurarse de que no estaba viva. Miriam, que se había fingido su propia muerte delante de su agresor, logró salir a la calle arrastrándose.
Estuvo varias horas sola tirada en la calle, hasta que finalmente la encontraron sobre las 14.15 horas, desangrada y exhausta. «Fueron casi cuatro horas de tortura», ha explicado para el 'Diario de Avisos'.
La única compañía que tuvo hasta que dieron con ella fue la de su agresor, sentado a su lado mientras se fumaba un cigarro, observando como se desangraba. «No tuvo ni un solo minuto de piedad». Y tras presenciar que no había logrado terminar con la vida de Miriam, le obligó a tomarse en tres puñados 19 pastillas de diazepan para hacerla callar.
Fue en ese momento cuando la mujer se acordó de que su hijo llegaría en cualquier momento del colegio y entonces sintió verdaderamente miedo por la vida de su pequeño y le pidió a su agresor que le matara de una vez por todas. Él la degolló, la envolvió en unas mantas y le asestó un par de patadas para comprobar si seguía viva.
«No quejarte cuando te duele hasta el pelo es complicado, pero hacerme la muerta era la única posibilidad que tenía de sobrevivir y también mi hijo».
Había perdido casi tres litros de sangre, pero aun así Miriam consiguió quitar los cerrojos de la puerta, bajar cuatro plantas y llegar hasta la calle para pedir ayuda. Su agresor la había dejado encerrada en su casa, se había llevado las llaves y su teléfono.
Fueron los operarios del servicio municipal de limpieza los primeros en encontrarla e inmediatamente llamaron a la ambulancia, a la Policía Local y a la Guardia Civil. Su caso fue muy sonado en toda la isla, pero no ha sido hasta ahora que se ha decidido a explicar qué fue lo que sucedió y espera que su caso sirva como ayuda a otras personas que estén la misma situación.
«Empecé a hacerlo como terapia personal, y cuanto más lo cuento, más me vacío y siento que ayudo a otras personas. Es algo mutuo».
Las puñaladas que recibió «fueron completamente premeditadas, no al azar», le explicó el cirujano que la atendió. Se produjeron a un solo milímetro de distancia de la aorta.
«Fue un intento de asesinato consumado, desde el principio hasta el final, aunque yo sobreviví. Es un poco surrealista contar tu propio asesinato, pero fue así, tal y como consta en la acusación, no fue un intento de homicidio».
La víctima estuvo cuatro semanas ingresada en el hospital inconsciente, casi en coma. Fue hospitalizada en marzo y no despertó hasta abril, cuando ya había estallado la epidemia y se había impuesto el estado de alarma, y cuando abrió los ojos nuevamente lo hizo sola, sin la compañía de su familia.
Tras haber sido intervenida dos veces, tuvo que pasar por una tercera operación porque sufrió un tromboembolismo pulmonar que le colapsó un pulmón y le reventó la pleura, haciendo que sufriera una parada cardíaca.
Estuvo tan grave que aunque su madre estaba en Gran Canaria, los sanitarios la llamaron para que la viera, porque no tenían claro que fuera a sobrevivir. Le tuvieron que reconstruir los intestinos, coser el hígado, el bazo y el duodeno.
Mantendrá siempre en su cuerpo unas cicatrices «terribles» que no puede tapar con cirugía plástica porque le dejaría dolores crónicos de por vida.
No podrá seguir realizando su trabajo como auxiliar de geriatría y tampoco sobrepasar los 60 kilos de peso porque se desbarataría su piel y sus intestinos. Tampoco podrá hacer deporte ni levantar peso nunca más.
«Es durísimo verte las marcas, estoy abierta desde el pecho hasta debajo del ombligo, pero también lo que representan», ha expresado Miriam, a pesar de que es consciente de que son «marcas de guerra».
Ella se considera una superviviente de la violencia de género, «porque luchó contra uñas y dientes y ganó» y a pesar de que podría dejar que lo que le ha pasado le afecte de una forma muy profunda, tiene claro que eso no le ayudará en nada y que «se puede ser feliz».
«Aunque te queden secuelas, estás viva, puedes reírte, pasar una tarde disfrutando con tus amigos, prepararte para abrirte puertas laborales y ponerte metas. Esto último es fundamental para no quedarte a la deriva. Tener objetivos para centrarte en lo bueno y dejar de pensar en lo malo».
Su familia ha sido el mayor apoyo con el que ha contado durante estos meses tan complicados. «Sin ellos, no me salvo». Y parece que su madre, María Dolores García Martín, había previsto que algo iba a suceder. Ella se llevó la peor parte, porque no sabía si su hija iba a sobrevivir o no.
María Dolores siempre le insistió en que estudiara y Miriam lejos de negarse, mientras trabajaba y sacaba adelante a su hijo, se sacó el bachillerato y luego se inscribió en la UNED, donde está cursando el segundo año de la carrera de Derecho.
A pesar de que perdió el segundo cuatrimestre del grado, porque en aquel momento todavía necesitaba ayuda para caminar, bañarse o comer. Pero no se rindió y se presentó a la convocatoria de septiembre y logró aprobar varias asignaturas. Ahora está a punto de renovar su matrícula para el próximo curso.
A pesar de que estuvo a punto de morir y de todo lo que sufrió, se le han denegado todas las ayudas de violencia de género y de delitos violentos. «Supuestamente no me pasó nada», ha explicado indignada, y aunque esa no es su mayor preocupación ahora mismo, está dispuesta a luchar para obtenerlas.
Su agresor se encuentra detenido y está a la espera de que se celebre el juicio, aunque todavía no hay ninguna fecha prevista.