A la tinerfeña de 50 años Hilda Siverio, le diagnosticaron en 2014 un cáncer de mama cuando estaba embarazada. La canaria no quiso abortar y aplazó su tratamiento hasta que su pequeño Richard nació. 19 días más tarde, Hilda entró de nuevo al quirófano para realizarse su primera masectomía. A pesar de las nueve operaciones que se ha hecho, el cáncer ha sido imparable con el tiempo.
Hilda está casada, es madre de tres hijos y desde hace tiempo es un gran referente en las redes sociales desde que hiciera la página web 'Sácale una sonrisa al cáncer', sumando miles de seguidores en el mundo. Hace unos días, su médico oncólogo le confesó que la metástasis ganglial que sufre Hilda está por gran parte de su cabeza. En ese momento, la paciente preguntó de forma directa «¿cuánto tiempo me queda?”. Y su médico le respondió de forma contundente: «Entre un año y un año y medio».
«¿Y si los milagros existen?»
Lejos de amilanarse y decaer, Hilda manda un mensaje positivo a pesar de saber como acabará su vida. «Oye, que sigo aquí y voy a luchar con todas mis fuerzas aunque las expectativas no sean buenas y las defensas me hayan bajado en la última semana. ¿Y si los milagros existen?».
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«Hay quien piensa que no estoy muy bien de la cabeza cuando me ven con mi habitual alegría después de que me dijeran que me queda menos de un año y medio de vida. Y yo a los que piensan así les digo que lo triste es que nadie lo entienda. Porque yo tengo una fecha, pero de aquí nos vamos todos. A cualquiera lo puede atropellar un coche hoy mismo e irse. Por eso no me paro en esas cosas», cuenta Hilda al digital 'Diario de avisos'.
Hilda Siverio, la «Torbellino woman» del Hospital de La Candelaria
Llama la atención que en la planta de Oncología del Hospital de La Candelaria, donde tiene lugar su tratamiento, la conocen como «Torbellino woman», porque desde el equipo médico cuentan que tiene una capacidad para animarse y además hacerlo con el resto de pacientes, que resulta signo de admirar. Confiesa que «en paliativos, cuando veo emocionarse a las chicas que me atienden les digo: ¡No se pongan ahora a llorar, ni que me estuviera muriendo! Y ellas suspiran y me dicen: Ay, Hilda, vaya humor negro que tienes!».
Cuando las enfermeras avisan a Hilda de que va a ingresar un paciente con crisis de ansiedad, Hilda saca lo mejor de sí misma. «Cuando me dicen que les darán una pastilla para calmarlas porque están llorando, yo les pido que las dejen 30 minutos conmigo y así se ahorran la pastilla», explica. Hilda va sola a la planta de oncología, porque desea conocer todo lo que le digan y después «hacer un filtro a la familia para que no lo pase mal, que se me ponen en plan drama y yo no estoy para eso».
«Prefiero morirme a perderme la vida, porque la vida se pierde en el momento que dejas de vivirla. ¿De qué me vale pasar un día llorando, sufriendo, en cama cuando es un día perdido que no voy a recuperar nunca? Por eso me niego a darle gusto al cáncer el tiempo que me queda. Yo elijo cómo quiero vivir: alegre y feliz, como soy yo. El día que me vea en un vídeo y no sea yo, ese día sabré que ha llegado el momento. Porque desde que pierda esa forma de ver la vida, ya no querré estar aquí. No quiero que la gente me recuerde cómo me voy, sino cómo viví», relata con sinceridad.
«He comprobado que no hay nada más bonito que querer y ser correspondida»
Hilda siempre ha tenido esa norma de luchar con una sonrisa en la boca. «Yo me quiero ir con alegría y mi oncólogo lo ha entendido perfectamente, me ha dicho que se va a respetar hasta el último momento mi voluntad, que es no verme en paliativos, y mantener mi calidad de vida, es decir, hacer mis vídeos, poder llevar a mis hijos al colegio, gritar, saltar… ver la vida con esa ilusión, porque para mí cada día es un regalo. Antes y ahora», cuenta.
El día que los médicos le dieron la opción de parar la progresión de los tumores durante un año con la quimioterapia, Hilda lo tenía claro: «Claro que firmo durar un año más, pero ¿de qué manera? Si es subiendo al hospital todas las semanas y después llegar a mi casa y sin poder ni fregar un plato, no lo voy a hacer».
Además, Hilda ha sufrido por un proceso judicial contra su padre, del que finalmente quedó absuelto, y la ha pasado francamente mal. «Tenía una bomba de relojería en el pecho y me ha estallado. Mi cepa, que quedaría por ahí en algún ganglio, estaba dormida, pero mutó a otro tipo de cáncer totalmente distinto y muy agresivo. Mi oncólogo se asombró con la evolución tumoral en esos meses», explica.
Finalmente, Hilda deja una reflexión que nos hace pensar a todos: «Si esto al final llega, quiero pensar que nadie que se haya ganado los corazones de mucha gente pueda morir. Y en mi caso he comprobado que no hay nada más bonito que querer y ser correspondida», concluye su entrevista.